miércoles, 30 de junio de 2010

Hago lo que puedo

Es muy malo, pero es lo que  hay.
Hago lo que puedo.


Hago lo que puedo
Sergio López, 2010


Estoy intentando domesticar
mis fantasmas
pero no me sale: no soy lo bastante
difícil,
y he vertido,
encima de tu vestido nuevo,
mi copa de vino agrio y mediocre.
Y les he decepcionado a todos:
a los camareros, a mis acompañantes,
incluso a la banda
(que ha parado de tocar).
Y te he decepcionado a ti,
que sales corriendo del bar,
otra vez,
fingiendo una excusa
indulgente.
(Por lo menos no me mientas).
Puedes salir corriendo,
Puedes quedarte con tus orgasmos,
con tu sonrisa inhumana,
con los sueños premonitorios,
con tus vestidos horrorosos,
con tu sudor y con tu perfume,
y dejarme a mí solo
con mi borrachera de mí mismo,
clausurarme, de una vez por todas,
e insultarme (aunque tú creas que no me insultas),
diciéndome que, al menos,
hice lo que pude.
Sí. Hago lo que puedo
pero es muy poco,
por lo que parece,
y cada vez será menos.
Cada vez seré menos difícil y más viejo,
mayor y más yo.
Seré una dosis cada vez más pura
de mi propia esencia
y aunque intento rebajarme con alcohol,
seguiré oliéndote a vino agrio y mediocre
en tu vestido
(que ya no será nuevo).

sábado, 26 de junio de 2010

Los orgasmos simultáneos están sobrevalorados

Espero que este relato atraiga visitantes al blog. Lo digo por el título y eso...


Los orgasmos simultáneos están sobrevalorados
Sergio López. 2010




Él no estaba a la altura. No podía dejar de pensar que él no estaba a la altura. Ni del hotel, ni del restaurante del hotel, ni de la cena que servían en el restaurante del hotel.
Y, por supuesto, no podía dejar de pensar que él no estaba a la altura de la mujer que le miraba con unos ojos inquisitorialmente grandes y azules desde el otro lado del estupendo carpacio de pez-espada marinado al aceite de lima y tomate, aún intacto sobre el plato. Desasosegado, se llevó un trozo de aquella cosa blancuzca y cruda a la boca.
–Vaya. Esto está buenísimo –dijo genuinamente sorprendido–, el… éste, el…
–Carpacio –respondió ella secamente, con su mirada inquisitorial y azul.
–Eso, –completó él, azorado– el… carpacio.
–¿Cuál dirías tú que es tu plato favorito? –ella forzó una sonrisa para acompañar el signo de cierre de interrogación.
–Uf. No lo sé. ¡Qué difícil! Me gusta muchísimo el shushi. Esto me recuerda al sushi. Pero, si tuviera que decidirme por algo, creo que diría que la cosa que más me gusta del mundo son las croquetas. Sí. Las croquetas del día anterior. Frías.
–Ja ja ja. Muy cierto. Una delicatessen. A mi me encantan también, aunque no tanto como la paella del día anterior.
       Esto había funcionado. Ella se había reído con la ocurrencia. Él había dicho algo espontáneo por primera vez en toda la noche y ella había bajado la guardia y se había reído.
Antes de eso, él ya se había inventado un par de viajes que no había hecho y había asegurado haber visto varias películas que no había visto en realidad, pero todo eso a ella –que, aún contando como buenas las trolas de él, había viajado más y había visto muchas más películas- no le había impresionado en absoluto.
Él, sin embargo, despreció su éxito con las croquetas frías y siguió fabulando acerca de un trabajo bastante más interesante del que tenía en realidad y bastante menos interesante, de todas formas, del que tenía ella. Ella era la dueña y gerente del hotel, del restaurante del hotel y del carpacio de pez-espada.
El estado de inseguridad rayana en la histeria de él lo estaba registrando ella como algo distinto a lo que en realidad era. Lo que ella captaba era, sobre todo, la cobertura de estúpida petulancia con la que él tapaba su complejo de inferioridad. Esa cobertura era lo que a él le había salvado hasta ahora. Los hombres inseguros no son nada, nada, atractivos, pero los idiotas petulantes por lo menos pueden servir para echar un polvo.
     Por supuesto, ella también tenía miedos y dudas. Pero, desde luego, no eran los de él. Él siempre tenía miedo a no estar a la altura y ella justo lo contrario: sabía que era inteligente y sabía que era atractiva y estaba obsesionada por rodearse de estímulos (eso eran los demás, en cuanto a parte del mundo sensible, estímulos) que no disonaran con su propia excelencia.
Durante toda su vida, todas las personas/estímulos que habían estado a su alrededor, empezando por su familia, le habían confirmado que ella era especial y que tenía unas cualidades excepcionales. Ella, ayudada del dinero y la seguridad en sí misma que le habían proporcionado esas personas/estímulos, supo siempre aprovecharlas.

***

¿Cómo habían llegado dos personas tan distintas, un inseguro patológico y una egomaniaca, a compartir mesa en el restaurante del hotel que gestionaba la última? La razón fue algo que había acontecido exactamente hacía una semana. Aquello se desarrolló en los siguientes términos:
-Sí. Sigue. Sigue. Sigue. Sigue. Ah. Sigue. Sigue. Sigue. Sigueeeeeee –ella alargó la ‘e’ del último sigue en un grito que adoptó la calidad de tres de las otras cuatro vocales antes de extinguirse en un estertor entre ronco y nasal.
-Mphhhhhhhhhhh (o algo semejante) –respondió él, mientras le estrujaba los glúteos y le daba empellones con sus caderas cada vez más fuertes.
-Joder. ¡Vas a hacer que me corra! Sigue así. Ahgh.
-Sí. Sí. Oh.
-¡Qué buenooo! Sí. Sigue. Sigue.
-Joder. Sí. Jodeeeer. Sí. Aaaaarghhh.
-Me corro. Me corroooooooooooooo.
-Yo tamb… aaaaaaaaaaaaaaaaaahién
-Oye –dijo ella al cabo de un buen rato de mirar ambos al techo mientras calmaban, poco a poco, sus agitadas respiraciones–, esto que nos acaba de pasar no es nada fácil. A mí, por lo menos, no me ha pasado nunca la primera vez que me he acostado con un tío. Al primer polvo, nunca.
-A mí tampoco. No. Es una cosa que me cuesta bastante al principio. Que creía que necesitaba más compenetración. No sé. Conocerse un poco más.
-Qué bien, ¿no?
-Er… sí –acertó a decir él instantes antes de que ella metiera la lengua en su boca y le rodeara con sus brazos, queriendo afirmar su posesión sobre ese hombre que le proporcionaba estímulos excelentes y simultáneos. Un hombre que la follaba como ella se merecía.
         Así fue como ella y él convinieron que no eran sólo dos adultos que habían consentido en pasar una velada de sexo casual a las poco más de dos horas de haberse conocido casualmente en la fiesta de un chiringuito de la playa, sino que eran dos adultos que tenían una conexión única y especial: dos adultos que tenían orgasmos simultáneos a la primera. A la primera, a la segunda y a la tercera.
         Él ahora recordaba ahora esa noche casi como un sueño. Aquella primera noche en una habitación de aquel mismo hotel había tenido ya la sensación de que no debería estar ahí. Que aquello era demasiado bueno para él. Que no se lo merecía. Quizá, por eso ahora le costaba recordar los detalles y aquello le venía a la cabeza como en un sueño.
Sin saber muy bien por qué, él había dejado de observar como ella se comía su vichyssoise. Sentía una repentina melancolía y miraba por uno de los ventanales del restaurante, hacia el horizonte impreciso que separaba el negro del cielo nocturno del negro del mar. ¡Qué negro estaba el mar! No le apetecía seguir inventando historias. ¡Que se currase ella algo! Era una lástima que sus cuerpos se entendieran tan bien y sus cerebros tan mal.
        Sus cuerpos encajaban a la perfección. Eran sus mentes las que no estaban a la altura. Estaba claro que a ella no le atraería nunca un simple vendedor de inmobiliaria que, ante la amenaza del desempleo, había consentido en trasladarse desde su ciudad natal al Mediterráneo. Pero tampoco le atraía demasiado el técnico del ministerio de Medio Ambiente, Rural y Marino que él había inventado para ella (ni la catalogación de las especies protegidas en el ámbito de las cercanas salinas en la que, supuestamente, trabajaba). Para ella, él tenía escrita la palabra fracaso en todas las partes de su cuerpo, menos en una.
¿Y a él? ¿Le gustaba realmente esa mujer narcisista e implacable? Sí. O eso creía. Quizá no. Con la gente tan insegura es difícil saber. Ella, sobre todo, le daba miedo y no sabría decir si ella le daba miedo porque le gustaba o le gustaba porque le daba miedo. Probablemente fuera lo segundo.
Él, al igual que ella, se sentía presionado por lo único que compartían: la capacidad de obtener orgasmos simultáneos y cuotas de placer erótico muy superiores a las que habían tenido con cualesquiera de sus otras parejas. Era una enorme responsabilidad aquello. El problema es que no sabían qué hacer con ella y además les desconcertaba que esa compatibilidad no se manifestase en ningún otro aspecto de sus formas de ser.
Los dos estaban pensando en cómo poner fin a la insatisfactoria cena, dejar de perder el tiempo y subir lo antes posible a la habitación para tener nuevos orgasmos simultáneos cuando el chillido de cristal de doce ventanales rompiéndose simultáneamente en miles de pedazos los empujó al suelo.
Las luces se apagaron y, antes de que tuvieran tiempo de levantarse, las negras aguas del Mediterráneo nocturno ya cubrían sus cuerpos. Por fin él pudo precisar donde estaba la línea del horizonte: estaba sobre ellos dos, el horizonte les estaba pasando por encima. Los dos fueron arrastrados hacia la cocina por la fuerza incomprensible de la ola del tsunami, junto con el resto de comensales y enseres del salón-comedor. Lo último que pensaron los dos, mientras sufrían el impacto de toda clase de objetos precipitándose a gran velocidad contra ellos a través del medio líquido y mientras sus pulmones se encharcaban, fue que los dos habían perdido la última hora de sus dos vidas con otra persona con la que no tenían nada que ver y que, en realidad, no les satisfacía para nada.
Los orgasmos simultáneos están sobrevalorados.

sábado, 19 de junio de 2010

España para extraterrestres

Artículo extraído de la 5475ª edición corregida de la Guía del Autoestopista Galáctico

España: El término España se refiere tanto a una marca que comercializa cárnicos porcinos como a un Estado del Planeta Tierra.

Embutidos España, SL lleva 20 años ofreciendo a sus clientes embutidos y jamones de máxima calidad y basa su éxito en nuevos productos y sus innovadoras prestaciones que les hacen destacarse de la competencia.

El Estado llamado España ocupa la mayor parte del desierto que se extiende al Sur de los Pirineos. Tras muchos años de duro trabajo por parte de sus habitantes, algunas regiones costeras del Norte de España han conseguido equipararse, si bien parcialmente, a los estándares de habitabilidad, salubridad, higiene y educación del resto de Europa. Esas mismas regiones afirman que ya no son España.

Está muy lejos de existir acuerdo entre los terrícolas sobre qué es España además de un Estado. (¿Estado nación? ¿Estado plurinacional? ¿Federación encubierta?). En el pasado se solía decir que España era una Unidad de Destino en lo Universal. Ahora hay más consenso en torno a la idea de que España es una Unidad de Despido en lo Universal.

La forma de Gobierno de España es la Monarquía. Por lo que hemos podido averiguar, parece ser que el Monarca regresó en 1975 desde algún lugar indeterminado montado en moto y ataviado con un casco negro; asesinó al dictador que regía España hasta entonces con una escopeta recortada y se instaló en el trono. Desde entonces la vida en España ha mejorado en todos los órdenes, aunque se observan carencias. Por ejemplo, desde el punto de vista de los autores de la Guía del Autoestopista Galáctico, resulta inconcebible e intolerable que ningún Gobierno español haya decidido aún volar por los aires varias de sus despobladas y áridas provincias interiores para hacer que el mar bañe a Madrid, la capital del Reino.

En lugar de eso, los españoles probaron durante varias años seguidos a trasladar la capital a Torrevieja durante todo el verano. En estas pruebas se comprobó que el país seguía funcionando igual con la capital desplazada. Es decir, mal.  

En cuanto a economía, España pertenece a algo llamado Moneda Única. No hemos podido averiguar aún en detalle en qué consiste, pero por lo que parece, la convergencia hacia la Moneda Única (aún en proceso) culminará cuando los españoles tengan una única moneda cada uno.

Pese a todo esto, NO SE ASUSTE. España es un excelente destino para extraterrestres, solamente debe seguir estos consejos.

1. Si quiere pasar desapercibido entre los españoles, lleve encima mucho dinero y no exija facturas a cambio de darlo: Con dinero negro, ellos se olvidan de que usted es verde.

2. Los terrícolas españoles se caracterizan por la pésima costumbre de torturar hasta la muerte a algunos de sus congéneres mamíferos. Huya de los lugares donde se practican esos rituales sangrientos (suelen ser circulares y de una arquitectura historicista bastante chabacana). Si la gente que se reúne ahí hace eso con seres con los que comparten el 95% del genoma, ¡Qué no harán con nosotros o con uno de ustedes, queridos lectores de todo el Universo!

3. Si quiere establecer acuerdos intergalácticos entre su Planeta y algunos españoles, tenga en cuenta que los dos españoles más preparados intelectualmente para la diplomacia intergaláctica no viven en España, sino en Londres, y trabajan de au-pairs. En general, los españoles que superan un mínimo umbral cognitivo aprenden inglés y huyen del país.

A Douglas Adams, in memoriam.



jueves, 17 de junio de 2010

Seleccione su destino

Este lo escribí para el IV Certamen de Relatos Breves de Renfe.

Seleccione su destino
Sergio López, 2010

–Seleccione su destino –insiste la pantalla. Las máquinas de venta automática sólo venden billetes a quienes saben adónde van, así que pulso uno al azar e introduzco apresuradamente unas cuantas monedas. Me abro paso a empellones –el andén está atestado de personas que sí saben adónde van– y me monto en el primer tren que pasa. No sé adónde voy, pero eso no es nuevo. Hace tiempo que huyo sin importarme cual es el destino. –Disculpe, caballero –pregunto–, ¿adónde va este tren? –Al juzgado de primera instancia, me temo –responde el hombre, que se identifica como policía.

domingo, 13 de junio de 2010

El sueño

Estamos que lo tiramos: otro relato.






El sueño
Sergio López, 2010
Levanté la mirada del libro y ahí estaba ella, sentada en el asiento de enfrente y leyendo el mismo libro que yo: La vida nueva, de Orhan Pamuk. Sonreí por la coincidencia e intenté no darle mayor importancia y seguir con la lectura, pero no pude. Volví a levantar la mirada y busqué la suya. Ella, al contrario que yo, mantenía su cabeza hundida en el libro y sus ojos se deslizaban disciplinadamente por los renglones. Parecían tan soñolientos y cansados como los míos, pero  eran de un color distinto, de un color que casi me hacía daño. 
No podía pelear con esos ojos, así que decidí rendirme: agaché la cabeza y volví al libro. Pero los míos tenían tanto sueño que no eran capaces de dominar las palabras: dejaban que las letras saltaran caprichosamente de renglón en renglón delante de ellos. Decidí darles una tregua. Los cerré y dejé que el sueño, confinado hasta entonces en una pequeña parte del hipotálamo, se enseñoreara de nuevas regiones de mi cerebro. Tenía veinte minutos aún hasta llegar a mi destino. 
Eran las tres y media de la tarde y, como todos los días, viajaba en Metro desde el sitio donde trabajo por la mañana hasta el sitio donde trabajo por la tarde. Como todos los días, había comido un bocadillo a toda prisa mientras caminaba desde la oficina a una cercana boca de metro y me había introducido a toda prisa en las entrañas de la ciudad. Y, como todos los días, intentaba aprovechar el trayecto para leer un poco, pero, agotado, acababa cerrando los ojos y sesteando hasta la última parada.

En el momento que la voz grabada del metro indicaba que la siguiente estación era Avenida de América, entreabrí ligeramente los ojos, sólo medio segundo -como un parpadeo, pero alrevés-, y ahí seguía ella. También estaba echando una cabezada. Por alguna razón, aquello me excitó. Quizá pensé que, en el territorio sin tiempo ni espacio del sueño, nuestros ojos se estaban mirando a través del negro rojizo de los párpados, y que eso sería lo más cerca que estarían nunca nuestros cerebros y nuestros cuerpos de conocerse y de tocarse.
Me quedé dormido imaginándome cómo sería tener sexo con ella.


***
Desperté sin tener ni idea de donde estaba. Era algún lugar fresco y oscuro. Tosí. Me dolían el cuello y la espalda, por una mala postura. Mis ojos, eso sí, estaban descansados.
            –Parece ser que nos hemos quedado dormidos y hemos llegado hasta las cocheras –me informó una voz femenina desde mi derecha, antes de que yo empezase a formular una hipótesis propia que explicase satisfactoriamente los extraños estímulos que me rodeaban.
La luz estaba apagada y tardé un rato en acostumbrar mi visión a la penumbra. Al cabo de tres o cuatro segundos mis pupilas se abrieron lo suficiente y ahí estaba ella. De pie, frente a una de las puertas, intentando accionar el mecanismo de apertura de emergencia.
–No funciona –dijo, mirándome de reojo y volviéndose hacia la puerta–. Parece que estamos encerrados –hablaba en un tono distante y firme que transmitía algo de seguridad, pero cada vez menos–. Y la alarma está desarmada. No suena –añadió, finalmente, al tiempo que pulsaba repetida y nerviosamente otra palanquita, al lado de la anterior. 
–Pero… ¿qué…? –no supe como continuar la pregunta.
–¡Joder! ¡Vaya situación!
–Sí. Eso es exactamente lo que iba a decir yo.
–Tiene que haber una forma de salir. Si hubiera cobertura de teléfono podríamos llamar a emergencias –miró su teléfono móvil–. Pero no. No la hay. Vaya mierda, vaya mierda y vaya mierda. ¿Cómo es posible que no nos haya visto nadie; que nos hayan dejado aquí encerrados? –Hablaba muy deprisa. Supongo que a ella yo le daba tanto miedo como el resto de la situación y, por eso, intentaba mantener el espacio que había entre los dos obstruído por un muro de abundante y aséptica información.  
¿Qué hora es? –Podía haberla mirado en el móvil, pero el caso es que me salió preguntar. Supongo que buscaba cierta bidireccionalidad en esa comunicación, cosa que ella no apreciaba demasiado en aquel momento.
–Joder. Tenía que estar dando clase ahora –dijo, a modo de respuesta.
–¿Das clases?
–Sí... o no. ¿A ti que te importa?
–Perdón. Es que yo… también. También doy clases. Soy profesor particular. Entre otras cosas.
–Me estás tomando el pelo.
–No. De verdad que no. A las cuatro tengo una. Y a las seis otra.
–Pues muy bien –hizo una pausa bastante larga antes de continuar–. Te informo de que no llegas. Son las seis de la tarde ahora mismo.
–¿Qué? –más que preguntar, exclamé.
–Joder. Esto es una locura. ¿Cómo es posible que me haya pasado esto?
–Las seis de la tarde –repetí. Estaba mirando el reloj del móvil: efectivamente, era esa hora– ¿Cuánto rato llevas tú despierta? ¿Por qué no me has despertado?
–Joder. ¿Cómo ha podido pasar algo así?
–Y encima, a los dos –añadí. Ella apretó los labios y se sumió en un silencio nervioso mientras volvía a repetir la operación de la palanca en la puerta del otro lado del vagón.
–Y encima, a los dos –dijo al final, con voz ahogada.
–Yo no voy a hacer nada, si eso es lo que te preocupa.
–Ya.
–Mira. Vamos a centrarnos en salir de aquí, ¿vale? –miré a un lado y al otro. Era uno de los convoyes modernos: una oruga de cinco o seis vagones unidos–. Yo empiezo por las puertas de la cabeza del tren y tú sigues por este lado hasta el final.
–Ya he probado con todas las puertas. Llevo media hora despierta. No se abre ninguna. He terminado por aquí, por el principio, porque no quería que me oyeras y te despertases.
–¿No querías despertarme…?
–No. Bastante problema tenía ya con estar encerrada en un tren para encima estar encerrada en un tren con un hombre.
–Lo entiendo –en serio: lo entendía.
Me puse a comprobar por mi cuenta como, efectivamente, no se abría ninguna de las puertas de ninguno de los vagones. Eso me llevó unos diez minutos. Ella, mientras, se paseaba nerviosamente de un lado al otro. Al cabo de un rato hurgó en su bolso y sacó un paraguas con el que empezó a golpear uno de los ventanales de forma casi maniática.
–Con eso no lo vas a romper.
–No me digas –contestó, sosteniendo en su brazo derecho el amasijo de varillas y tela al que había quedado reducido su paraguas. Me miraba como si hubiese dicho una inconveniencia grandísima. Era menuda y delgada, pero estaba muy erguida, casi de puntillas, y había cierta fiereza animal en la tensión con la que aguardaba a que yo dijera –si me atrevía– algo más. Me sentía físicamente intimidado. Era aún mas guapa que la primera versión que vi de ella, esa chica que no pude evitar mirar de reojo en un vagón de metro. Su cara eran pómulos altos, ojos  muy grandes y, después, lo demás. Tenía las mejillas sonrojadas y el flequillo le caía recto y negro sobre una mirada verde e intensa. Aparté la mirada de golpe. No me quería pelear con esos ojos.
–Eres un hombre. Aplica tú la fuerza bruta –dijo.
–Eso es machista.
–Vete a la mierda
–Supongo que ese paraguas era el objeto más contundente que teníamos.
–Sí.
Cogí impulso y me abalancé contra una de las puertas laterales. Ésta no cedió ni un milímetro, pero, pese a ello, repetí la operación otras tres veces. A la cuarta tenía todo el costado dolorido.
–Quizá, si tú accionas la palanca de apertura de emergencia al tiempo que yo embisto la puerta, se abre –dije.
–De acuerdo.
Probamos así, pero lo único que conseguí fue lastimarme un hombro.
Llegamos a la conclusión de que no se podía salir de ahí mientras el tren estuviera parado y desconectado del suministro eléctrico. Tendríamos que esperar a que  volviese a ponerse en marcha. No parecía un problema tan grave: en algún momento, por fuerza, el vehículo tendría que volver a la circulación. Quizá antes viniesen unos operarios a limpiarlo o a efectuar alguna reparación.
–¿Te había pasado antes alguna vez algo remotamente parecido a esto? –me preguntó.
–No.

Supongo que, a partir de ahí, se rompió el hielo. Nos pusimos a hablar como dos desconocidos que se cuentan cosas para conocerse y no para llenar de ruido el aire que separa al uno del otro y marcar la frontera entre el espacio de cada cual. Ella era filóloga. Y, como yo, también estaba pluriempleada. Por las mañanas trabajaba en una biblioteca y por la tarde daba clases de recuperación de literatura, lengua, historia y –¡matemáticas!– a unos chavales de tercero y cuarto de la ESO.
            –¿Matemáticas?
            –Si, siempre se me han dado bien –respondió.
            –¿Por que no estudiaste una carrera de ciencias, entonces?
            –Me gusta la filología –respondió, sin entrar en más detalle. –Y, tú ¿de qué das clases?
            –Inglés y lengua.
            –¿Y qué eres?
            –Humano –respondí.
            –Ja ja ja. Humano del género idiota. Mi preguntar qué titulación tú tener. Qué haber tú estudiado, humano idiota.
            –Soy periodista.
            –Ja ja ja.
            –Ya ves. Las madres preocupadas dejan a sus hijos en manos de cualquiera. ¿Sabías que Mussolini era periodista?
            –Sí. Y también escribió una novela.
            –Eso no lo sabía.
            Hablar con ella de libros o películas podía llegar a intimidar: lo había visto todo y lo había leído todo. Me sentía casi ridículo. Al final, algo avergonzado, saqué la agenda y empecé a transcribir sus recomendaciones sobre cine y literatura.
            –Pues si te gustó Al final de la escapada, tienes que ver Bande apart.
            –¿Cómo?
            –Banda aparte.
            Después, conversamos sobre la ciudad que se extendía sobre nuestras cabezas y que nos tenía condenados a ambos a no descansar las horas suficientes y quedarnos dormidos en el metro. "Teníamos muchos sueños. Ahora sólo tenemos sueño", dijo ella, a modo de corolario.
            –Jeje… ¿sabes que ese chiste no tiene sentido en inglés?
          –Pues claro. Ni tampoco en catalán. Por cierto: una de mis gracias favoritas consiste en decir ‘como dijo Martin Luther King: tengo un sueñoooo…’ y bostezar.
            Me reí. Tenía un sentido del humor increíble. Era aguda y rápida y además tenía una prodigiosa capacidad para imitar perfectamente bien cualquier acento. Hacía ya un rato que yo no consideraba mala suerte el haberme quedado encerrado, incomunicado y con 40 euros menos por las dos clases de hora y media perdidas. Estaba más a gusto allí de lo que había estado en mucho tiempo en cualquier otro sitio.
            –Hora de cenar –dijo. ¿Ya es la hora de cenar?, pensé yo. Había perdido la noción del tiempo. Creo que tengo una manzana en el bolso –añadió–. Podemos compartirla.
            –De acuerdo. 
Empezamos a morder la pieza de fruta por turnos. Al cabo de un momento sólo quedaba el corazón de la manzana y nuestras caras enfrentadas. Por primera vez me atreví a plantar cara a aquellos ojos que me hacían casi daño. A partir de ahí no hizo falta nada más. Yo me acerqué un poco a su rostro, ella acercó un poco más el suyo y yo todavía algo más el mío.
Nos besamos.
Al cabo de un momento estábamos tumbados en el suelo del vagón. Hubo un instante en el que creo que los dos pensamos en lo realmente extraño de la situación: lo que estábamos haciendo... y todas las extrañas e improbables coincidencias... Pero fue sólo medio segundo -como un parpadeo, pero al revés-. Fue mientras ella me agarraba de las muñecas y forcejeaba conmigo para ponerse encima de mí. Al cabo de un instante, desde su posición privilegiada, ella procedía a quitarme la camisa y a desabotonarme el pantalón.  
En esa posición, ya no tenía mucho sentido pensar en lo extraño de la situación. En esa posición, lo único que a mí me parecía mal era mi hombro dolorido, que me molestaba bastante, así que luché para volver a estar arriba. Le saqué la blusa por la cabeza, sin desabotonarla, me peleé con el cierre del sujetador, le quité los pantalones, le quité las bragas y me sumergí en su entrepierna.  
Follar en el suelo de un vagón de metro no entraba en mis sueños antes de esto. Si me lo hubieran dicho, habría dicho ‘¡joder, qué locura!’ y, efectivamente, era una locura. La penetré diciendo ‘¡joder, que locura!’ y empecé a jadear y escuché sus primeros jadeos diciendo‘¡joder, que locura!’.
En seguida dejé de pensar en eso y me escuché decir en mi cabeza que no, que no era una locura, que todas aquellas extrañas casualidades, todas aquellas improbables afinidades tenían un sentido. Y después dejé de pensar y de decir nada en absoluto. Nos besamos largamente mientras nuestros cuerpos seguían entrelazados y moviéndose al mismo ritmo.
No sé precisar cuanto tiempo estuvimos así. Creo que fue bastante, aunque ahora lo recuerde como un instante efímero. Nos agotamos el uno al otro y, abrazados, ella reposando su cabeza sobre mi pecho, nos quedamos dormidos sobre el suelo frío del vagón.

***

Desperté justo cuando la voz grabada se disponía a indicar el final de trayecto en Estadio Olímpico. Estaba rodeado de otros pasajeros y sentado en el mismo asiento del vagón donde me había quedado dormido. Miré la hora: eran las cuatro menos diez de la tarde. Llegaba puntual a la primera clase, con Aitor, pero tenía que correr un poco; como siempre. Después, levanté la mirada y miré hacia el frente: ella ya no estaba ahí.
           Cuando el tren acabó de detenerse en la estación de término me levanté como un resorte y me dirigí hacia la puerta para ganar la calle lo antes posible. Me dolía el hombro.

martes, 8 de junio de 2010

"No diga fuego, diga Uruk"

Entrevista con Kurk Uruk, inventor de fuego
"No diga fuego, diga Uruk"

En la oficina nadie sospecha nada tiene el honor de haber entrevistado, dentro de su serie PRECURSORES, a Kurk Uruk, inventor del fuego. La invención del fuego fue el salto tecnológico más importante de la humanidad antes de la revolución neolítica e hizo, en opinión de muchos prehistoriadores, consciente por primera vez al ser humano de su superioridad cognitiva frente al resto de los mamíferos.
BIO: Kurk Uruk fue un homo erectus que vivió en Pedernal Valley en el año 402.010 antes de Cristo.

P. ¿Cómo inventó el fuego, señor Uruk?
R. Los procedimientos y códigos para fabricar el fuego son propiedad de la compañía Lumbre Uruk y Herederos, S.A. y no estoy autorizado a revelarlos.
P. Pero, ¿cómo qué no está autorizado a revelarlos? ¡Pero si usted es el inventor!
R. Cierto. Pero en mi calidad de Presidente de la compañía y del patronato de la Fundación Inventor del Fuego (FIF), no puedo poner en peligro ni la rentabilidad de nuestro negocio, ni mucho menos la financiación de nuestra labor filantrópica.
P. Yo no sabía que el fuego fuera un negocio.
R. Por supuesto. ¡Las nuevas tecnologías son un negocio! De hecho, el fuego es el negocio con más futuro de la Prehistoria, ahora que la industria lítica está en crisis.
P. O sea, que ustedes cobran por proporcionar fuego a sus congéneres.
R. ¡Claro! Nuestra empresa conecta la necesidad del de cocinar y calentarse del homo erectus medio con el conocimiento de cómo hacerlo que tienen nuestros expertos ingenieros pirotécnicos.
P. Yo creía que hacer fuego es algo que todo el mundo sabía hacer en la Prehistoria.
R. Por supuesto que no. A ver, en la Prehistoria unas personas saben afilar piedras y otras saben darle con un palo en la cabeza a las hienas. Hay gente que sabe arrancar los dientes a sus competidores sexuales y hacerse un collar con ellos y, finalmente, hay gente que sabemos hacer fuego. ¿Qué sería de nuestra sociedad si no hubiera un mínimo de especialización en función de nuestras aptitudes? Nosotros asumimos que el homo erectus normal ya tiene bastante con preocuparse de cazar antílopes, por ejemplo, así que le ahorramos el trabajo de tener que hacer fuego.
P. Pero si hacer fuego no es que sea algo muy difícil, ¿no?
R. ¿Cómo que no? Eso es lo que dicen esos insensatos del movimiento del Fuego Libre. ¡Ladrones! ¡Piratas!
P. ¿Perdón?
R. ¡Esos piratas fabrican fuego por su cuenta sin pagarnos la licencia!
P. ¿Cómo? ¿Pretende que el resto de homo erectus le pague por hacer fuego por su cuenta?
R. ¡Pues claro que sí! Lo contrario es una violación flagrante de las leyes de patentes y de propiedad intelectual. Pero éstos de movimiento del Fuego Libre no pagan, no. Están distribuyendo copias piratas de nuestros productos Fuego 1.0 y Fuego 2.0 (con grasa animal, para una mayor durabilidad), lo cual supone un importante perjuicio tanto para nuestra empresa como para los usuarios de estos productos.
P. Y, dígame: ¿en qué perjudica exactamente esto a los usuarios?
R. Es evidente. Nadie garantiza que ese fuego haya sido creado siguiendo nuestros estándares de calidad.
P. Ah. Bueno, ¿y qué piensan hacer al respecto?
R. Estamos presionando a los chamanes para que prohíban de una vez la distribución de Fuego no licenciado.
P. Vamos, que quiere obligar a que quien quiera hacer fuego le pague a usted.
R. Pues sí.
P. Entiendo. Y, una vez lo consiga, ¿qué va a hacer?
R. A medio plazo nos planteamos un reposicionamiento de nuestra compañía en el mercado. Tenemos que luchar por garantizar nuestra posición hegemónica y eso pasa por un cambio en nuestra política comunicativa y por un rediseño de la identidad de marca de nuestra línea de productos. Queremos que la gente asocie la marca Fuego a la marca Uruk. Queremos que cuando alguien diga que necesita Fuego diga "Necesito Fuego Uruk". O, mejor aún, que simplemente diga "Necesito Uruk".
P. Interesante. En fin, no quiero quitarle más tiempo, señor Uruk; sé que es usted un protohumano muy ocupado. Muchas gracias por todo.
R. Gracias a usted y, recuerde: ¡No diga fuego, diga Uruk!

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lunes, 7 de junio de 2010

"No sabía en la que me estaba metiendo"

Entrevista con Ugh-Ung-Ack, el primate que se bajó del árbol
"No sabía en la que me estaba metiendo"
Dentro de nuestra serie PRECURSORES, En la oficina nadie sospecha nada cuenta con la gran suerte de poder viajar al pasado y entrevistar a Ugh-Ung-Ack. El señor Ugh-Ung-Ack es el primer mono que se bajó del árbol. El primero en emprender una bípeda e interminable travesía hacia no sabemos bien donde y en la que hoy en día sus architataranietos seguimos embarcados.
BIO: Ugh-Ung-Ack vivió en el año 3.002.010 antes de Cristo, en las Sabanas de la actual Etiopía.

P. ¿Porqué decidió bajar del árbol, señor Ugh-Ung-Ack?
R. Maldita sea, no lo sé. No sé que coño se me estaría pasando por la cabeza en ese momento, pero el caso es que bajé del árbol.
P. No sólo eso. Forzó a su familia a que también bajara con usted.
R. Sí, sí, ya lo sé. No hace falta que me lo recuerde. Le dije a mi señora: 'Agh-Ung-Ag, cariño, coge a los críos, que nos bajamos del árbol'.
P. Parece que a ella no le hizo mucha gracia aquello...
R. Pues no. Me dijo que si estaba loco, que me lo pensara por lo menos una vez. Y yo le contesté: 'Mira, hasta aquí hemos llegado; he dicho que nos bajamos del árbol y nos bajamos del árbol, cojones'.
P. Qué machista, ¿no?
R. Pues sí. Los monos somos machistas. Usted viene del futuro y va de evolucionado, pero en nuestros tiempos las cosas son así: por cojones.
[Ugh-Ung-Ack se toca sus cojones de mono con una mano, mientras se rasca con la otra la cabeza y comienza a danzar en círculos al tiempo que produce un sonido rítmico y glotal: "Hu-hu hu-hu hu-hu"]
P. Eeee... ¿Qué se supone que ha querido decir con eso?
R. Pues... quería intimidarle con mi hombría y posicionarme jerárquicamente sobre usted como macho dominante de la manada. ¿Ha funcionado?
P. No mucho.
R. Vaya.
P. Bueno, dígame: ¿por qué bajó del árbol? No me ha respondido aún.
R. Ya le he dicho que no me acuerdo...
P. Alguna razón habría.
R. Bueno, estaba aburrido... Y cansado. Estaba... estaba... ¡Hasta los cojones, joder! Mire, ya éramos muchos monos en aquel puto árbol. Mi señora decía siempre que yo era un primate apocado, que me estaba siempre dejando comer terreno por los demás monos. Que siempre nos dejaban la peor rama para dormir y las peores frutas para comer. Hasta que se me hincharon los susodichos y dije: ea, pues nos bajamos y nos vamos a tomar por culo del árbol éste de los cojones.
P. Pero, ¿tenía alguna idea de dónde iban a ir?
R. Pues... no. Suponía que habría otro árbol en condiciones o algo parecido.
P. Pero no.
R. Pues no. Todos estaban ya cogidos. Así que comenzamos a vagar por la sabana en busca de agua y comida. Encima en la sabana no hay ramas para ir de un lado a otro y teníamos que caminar erguidos la mayoría del tiempo. No vea usted que dolores de espalda.
P. Bueno, y ¿qué tal es la vida en la sab...
R. Una mierda.
P. Algo tendrá de bueno... ¿no?
R. No. La vida en la sabana es una puta mierda. En el árbol teníamos toda la comida que queríamos y, si pasabas por alto lo tocapelotas que pueden llegar a ser algunos monos, tampoco había tan mal ambiente. Mire, cuando me bajé del árbol, no sabía en la que me estaba metiendo. En la sabana hay poca agua, poca sombra y poca comida. Lo único que abunda son las hienas.
P. Pero algo les habrá enseñado vivir en la sabana...
R. Sí: que soy el primate más gilipollas de todo el cuaternario.
P. Hombre.... (digo, mono), intente ser positivo. Algo bueno le habrá enseñado vivir en la sabana.
R. Pues mire, sí. He aprendido que las hienas no pueden coger un palo y arrearte con él en la cabeza y yo sí puedo hacerlo con ellas. Eso es lo único que he aprendido.
P. Algo es algo.
R. Mierda. Mire, llevamos años intentando volver a nuestro árbol, pero, de dar tantas vueltas por las agrestes y salvajes regiones africanas de la región del Rift, ya no somos capaces de encontrarlo.
P. Algunas personas opinan que usted es un precursor... el mono más importante de toda la prehistoria.
R. Mierda.
P. ¡Piense que de su decisión, de su peripecia vital, dependerá el destino de toda la humanidad!
R. ...
P. ¿No tiene nada que decir?
R. Me cago en mi puta raza

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miércoles, 2 de junio de 2010

La paz, la rentabilidad y los otros.

"Israel no necesita la paz y mientras ésta no sea rentable no la buscará". La frase es del periodista Ramón Lobo, está sacada de su blog. Naomi Klein, en 'La Doctrina del Shock' viene a decir lo mismo: Israel, gracias a sus aliados occidentales, ha creado un negocio a partir de la Guerra. La guerra le viene bien a las compañías que se instalan en el terreno palestino ocupado y montan, por ejemplo, invernaderos; pero también a las numerosas empresas de seguridad y de industria militar israelíes. La guerra es una oportunidad de negocio.

Normalmente la paz suele traer la prosperidad económica, pero el Estado de Israel se las ha ingeniado para que se invierta la norma general. Son los estadounidenses y los europeos, los aliados de Israel, los que deberían encarecer el precio de la guerra para forzarles al compromiso.

En su blog, Lobo también habla de la reducción del Otro a mera estadística, que es lo que hacen todos los bandos cuando hay una guerra, lo que hacía Stalin cuando (apócrifamente) decía "la muerte de un hombre es una desgracia, la muerte de millones, estadistica" y es lo que hace el Embajador israelí en España, Raphael Shultz, cuando, preguntado por el asesinato a sangre fría de activistas desarmados en misión humanitaria, una violación flagrante de la legalidad internacional, responde (según cita El Mundo) con lo siguiente: "A bordo iban 600 personas y murieron 10, no hubo desproporción".

Es una barbaridad decir una frase así... y el caso es que ningún otro medio de comunicación parece haberse hecho eco de la misma, lo cual me hace pensar en la conocida imaginación creativa de los jefes del diario El Mundo. Desde luego, si lo dijo así tal cual, sería como para contestarle: "Hombre, Nicolas, eso lo dices porque tú no estás muerto".

martes, 1 de junio de 2010

El bus de la 1:30

Esto lo escribí en octubre del año pasado en alguno de los innumerables viajes nocturnos en autobús que me pegué entre Madrid y Bilbao o Bilbao y Madrid. Ahora casi los echo de menos y, de hecho, es probable que vuelva a hacer en breve esa misma ruta. Allá va. Si no os gusta, me da igual.

El bus de la 1:30

Todos los viajes son iguales
en el bus que sale a la una y media

El desconocido de al lado sigue siendo el mismo,
mi compañero forzoso.

Sigue en su sitio la estación de servicio
y el área de descanso.

La misma soledad
y el aire acondicionado,
demasiado frío

La voz del conductor
que dice que el cinturón es obligatorio
y, con una pausa dramática, añade:

”por favor,
abróchenselo”.
Resulta convincente.

La película,
que siempre es la misma.

Los dibujos de la tapicería, que parecen
hechos por el mismo niño de tres años

Y, siempre, aquella chica de ojos verdes.
Nunca hablas con ella.
Te aparta la mirada

y sólo queda
la intimidad de su sueño violada
por unos ojos que no volverán a verla.

Y el cielo frío en el cristal negro:
siempre me cojo ventana
para ver las montañas apagadas.

Y el asiento duro,
como un saco de dormir al que le hubieran vaciado
de sueños. Como un trozo del paisaje.

Y, debajo, el mismo planeta, redondo,
rotando bajo las ruedas
a 120 kilómetros por hora.

Este conductor va siempre muy deprisa,
pero parece un tipo de confianza.
Nuestro guía para surcar la noche.

RE: A la mierda el alquiler de bicis en Madrid‏

De: XXXXXXXXXXXXXX
Enviado el: lunes, 31 de mayo de 2010 16:53
Para: XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
Asunto: RE: A la mierda el alquiler de bicis en Madrid
Joder, ¡eso es!... suscribo cada una de tus palabras, Maki; hasta las conjunciones. No podía estar mejor dicho. Te pido permiso para incluir la conversación, tal y como está (pero quitando los nombres) en el blog.
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Sergio L.
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From: XXXXXXXXXXXXXXXXXX
To: XXXXXXXXXXX
Subject: RE: A la mierda el alquiler de bicis en Madrid
Date: Mon, 31 May 2010 14:17:28 +0200
De puta vergüenza. No tiene otro nombre. Terminar las obras de La Caja Mágica (y el resto de las infraestructuras previstas para esas olimpiadas que nunca llegaron) para que los pijos de élite jueguen al tenis resultaba imprescindible pese al tremendo déficit de la ciudad y la crisis que ya estaba en todo lo suyo. Bien, resulta que había que hacerlo porque “Madrid tiene un gran compromiso con el deporte” decía nuestro faraónico alcalde. Pero ahora resulta que no hay dinero para el alquiler de bicis, que tan buenos resultados da desde hace años en otras ciudades de España (y, desde que el mundo es mundo, en Europa) ¿Será que el Ayuntamiento de Madrid no considera el transporte urbano en bicicleta como deporte? Tal vez sólo sean deporte aquellas actividades con recepcionista, vestuario, y cuota mensual, o tal vez es que desde el equipo de Gallardón nos consideran a todos gilipollas, no lo sé, pero el caso es que nos la han vuelto a meter doblá.
Puta rabia me da esta ciudad de paletos joder. Pues nada, habrá que pedir una subvención para comprase un todoterreno (que para eso si que las dan y muy ricas) para bajar de Nuevos Ministerios a casa.
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From: XXXXXXXXXXXX
To: XXXXXXXXXXXXXXX
Subject: A la mierda el alquiler de bicis en Madrid
Date: Sun, 30 May 2010 14:23:52 +0200
Gallardón se carga el plan de alquiler de bicicletas por el recorte. Estaba cantado, pero no por ello deja de dar menos rabia.
http://www.elpais.com/articulo/madrid/Ayuntamiento/aplaza/plan/alquiler/bicis/elpepuespmad/20100530elpmad_9/Tes
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Sergio L.