Las cosas claras
Sergio López, 2010
Al taxista le gustaba Peñaranda de Bracamonte, eso estaba claro. Varias pegatinas en la parte trasera de su vehículo proclamaban, con distintos colores y tipografías de mal gusto, su oriundez. La reiteración del sonoro nombre de aquel pueblo salmantino certificaba que al taxista le gustaban las cosas claras y que él no era de ningún otro sitio, como Consuegra, Hellín o Baños de Ebro. Al taxista le gustaban las cosas claras y le gustaba escuchar una emisora de radio en la que, según él, decían las cosas claras… aunque, en realidad, aquella emisora sólo escupía basura fascista. Pero eso no viene al caso. El caso es que al taxista le gustaban las cosas claras. Y, además, resultó ser un filósofo.
–Me dijo usted que iba a la calle Embajadores. ¿No? –dijo al cabo de llevar un rato en silencio escuchando su emisora favorita de basura fascista.
–Sí. –dije yo. Era un sí impregnado de nerviosismo. Llegaba tarde. Demasiado tarde.
–¿Exactamente a que altura?
–Déjeme por la glorieta.
–Pero, exactamente, ¿en que parte de la glorieta? En la Glorieta de Embajadores se cruzan la calle Embajadores y las Rondas de Atocha y de Toledo.
–Pues no sé. Donde le venga mejor a usted.
–A mí me viene bien donde a usted le venga bien.
–Pues donde tardemos menos en llegar. A mí me viene bien lo que sea más rápido. No llego a tiempo.
–¿No llega a la hora?
–No. No llego a la hora.
–Haber empezado por ahí. ¿Cuál es el problema? ¿Que llega antes de la hora o que llega después de la hora?
–Pues… –aluciné pepinillos con la pregunta– pues, que llego después de la hora, claro.
–Entiendo. Si llegase usted antes de la hora, no sería un problema.
–No señor.
–¿A qué hora debería usted llegar?
–A las siete en punto.
–Pero ya son las siete y diez.
–Ya lo sé. No llego a la hora, ya le digo. Por eso he cogido un taxi en vez del metro, pero ya veo que ha sido un error. Con el tráfico que hay, nos deben quedar otros diez minutos.
–Es que tenía que haber empezado por decirme que usted quería ir a la Glorieta de Embajadores a las siete en punto.
–Y eso, ¿de qué hubiera servido?
–Eso, caballero, lo hubiera cambiado todo. Es evidente que para usted no es lo mismo llegar a las siete que a las siete y vente. Si no, no estaría sudando como está sudando.
–Obvio. Pero sigo sin ver…
–Usted llega tarde a una cita. Usted considera que esa cita es su última oportunidad para arreglar algo, pero está llegando tarde. Teme haber perdido la oportunidad de haber arreglado las cosas antes incluso de haber tenido la ocasión de explicarse. Todo por un desajuste entre su percepción subjetiva del tiempo y la velocidad a la que se mueven las agujas del reloj del mundo. Esa sensación de que las cosas le suceden justo en el momento menos oportuno…
–¿Cómo sabe todo eso? –busqué la mirada del taxista en el espejo retrovisor y encontré dos ojos vulgares que se perdían en el tráfico y que eran sostenidos por una nariz y un bigote vulgares. Joder. ¿Cómo podía saber todo eso?
–Tenía que haber hablado claro desde el principio, caballero. Tenía que haber dicho que quería que le llevase hacia a la Glorieta de Embajadores en el espacio y hacia las siete de la tarde en el tiempo.
–¿Cómo?
–Quizá también es que yo no se lo pregunté de forma clara. Es verdad, lo siento. Le pregunté adónde quería ir, pero no a cuándo.
–Pero, ¿se ha vuelto loco? ¿Qué pasa? ¿Es qué ahora los taxistas pueden viajar en el tiempo?
–Por supuesto.
–Me está tomando el pelo. Lo último que necesito ahora es que me tomen el pelo. Mire, me bajo aquí.
–No le tomo el pelo. Intento hablar claro, simplemente. Usted intenta aferrarse a un momento espacio-temporal y yo le digo que este taxi viaja en el tiempo.
–Pues lléveme al pasado, entonces. A las siete de la tarde.
–¿Por qué no al futuro?
–Váyase a la mierda.
–Entiendo su enfado. Las cosas claras: el futuro nos da miedo. El presente es la vida y el futuro, en última instancia, la muerte. Intentamos aferrarnos al presente, a aquello del presente que nos es grato, que nos hace feliz, que creemos que nos completa: por eso la posesión, por eso los celos, el ahorro, el capitalismo, el comunismo... todo mecanismos para intentar almacenar el presente. Ineficaces, por cierto: no se puede hacer acopio del tiempo presente. El tiempo es lo único que no nos sobra. A menor o mayor velocidad, todos nos dirigimos hacia el futuro.
–¿Me puede explicar qué me quiere decir con todo esto?
–Que al único sitio adónde no le puedo llevar es al pasado. Nadie puede, lo dijo Einstein. El pasado sólo existe cómo una impresión en nuestras neuronas.
–Pues déjeme en el presente, entonces –le rogué al taxista–, quiero quedarme en el presente.
El muy cabrón al final me llevó al futuro y, encima, me cobró lo mismo.
Jajajaja Genial !!!
ResponderEliminarNi el tiempo acalara las cosas ...
Abrazo
Jaja... ¿cómo que qué gran tipo el taxista? El taxista es un cabrón como todos los taxistas de Madrid, un cabrón al que le gustan las cosas claras y te suelta las verdades que no quieres oír.
ResponderEliminarEl tiempo no aclara las cosas: todo lo contrario, con el tiempo las cosas se te van borrando de la cabeza y cada vez las recuerdas menos claras.
Por cierto, se me olvidaba lo más importante, GRACIAS :__)
ResponderEliminarTambién se me ha olvidado que de la Glorieta de Embajadores también sale el Paseo de las Acacias, con los recuerdos tan #*&$º que me trae esa calle cada vez que paso.
ResponderEliminarDios!! Lo que me he podido reir!!
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