Cosas que no deberían estar ahí
Sergio López, 2010
Tuercas en las bolsas de pipas, trazas de benceno en los snacks de patata frita, dedos humanos en las hamburguesas de una conocida cadena. El mundo está lleno de cosas que no deberían estar ahí, pero que están, como trozos de cristal en los botes de papilla para bebés. La compañía saca una nota de prensa asumiendo responsabilidades, pidiendo disculpas y anunciando una exigente investigación interna para aclarar los hechos y evitar que se vuelvan a repetir, pero, al final, lo único que queda claro es que nadie sabe cómo todas esas cosas que no deberían estar ahí llegaron ahí.
Yo lo sufro en mis propias carnes, es decir, en mi propia materia gris. Un día me desperté y tenía un microchip en el cerebro. En un principio no sabía, por supuesto, que aquello era un microchip. Simplemente me dolía la cabeza y tenía la sensación de que algo dentro de ella cortocircuitaba algunos de mis pensamientos y reconducía otros por recorridos neuronales distintos a los habituales.
Empecé a vestirme bien, busqué otro trabajo, abandoné ciertas amistades, dejé el grupo de música y vendí la guitarra. Pero no era yo el que actuaba. Era aquello, lo que fuera, lo que dictaba las órdenes dentro de mi cabeza y yo me daba perfecta cuenta de ello: mi voluntad estaba secuestrada por otros, como un avión suicida. El terrorismo necrófilo había tomado el control de mi vida y me obligaba a poner rumbo hacia el futuro.
El problema no es darte cuenta demasiado tarde de que la vida va en serio, como decía Jaime Gil de Biedma. El problema es darte cuenta. Sin más. Era eso exactamente lo que me estaba pasando desde que tenía aquello en la cabeza. Algún hijo de puta me había inoculado en el cerebro el chip de la seriedad y la trascendencia (o intrascendencia) de la vida y encima no tenía ninguna pista de quién podía haber sido, más allá de que Jaime Gil de Biedma era tío de Esperanza Aguirre y de la fotógrafa Ouka Lele.
Los dolores de cabeza me atacaban cada vez más fuerte con su ejército de afiladas premoniciones aguijoneándome una a una cada neurona, así que, al final, -y aunque tengo cierto rechazo a los hospitales-, decidí acudir a un médico.
–Pues parece que es un microchip –me informó el doctor, blandiendo untuosamente la radiografía, blapp blapp–. Está justo aquí, chaval, ¿ves? –la radiografía le hizo coro, blapp, mientras señalaba con un boli un puntito de color negro– Justo aquí, en el hipotálamo.
Aquella palabra y el blapp de la radiografía me hicieron pensar en los ríos de aguas terrosas que recorren la sabana africana en los documentales de La 2.
–¿Y cómo ha podido llegar allí? –le pregunté.
–Pues no lo sé. Lo que puedo decirte es que hoy en día no es tan raro, chaval. No es tan raro. Hay estudios que dicen que el 70% de la población acaba teniendo un microchip en la cabeza. ¿O era el virus del papiloma lo que acaba teniendo el 70% de la población en algún momento de su vida…? Espera… Bueno, es igual, pon que sea el 70%... Y me parece hasta poco.
Lo siguiente que le pregunté a aquel médico de untuoso blandir de radiografía, blapp, es si me podía quitar el microchip de la cabeza. Su respuesta fue tajante:
–No.
Al parecer, según me explicó el doctor untuoso, los microchips que se anidaban en la cabeza de uno lo hacían de tal forma que se acababan haciendo imprescindibles en el funcionamiento cerebral. Si se extraían por las bravas uno corría el riesgo de volverse bobo. Yo le dije que no me importaba volverme bobo (en caso de que no lo fuera ya, que no lo tengo tan claro), pero él me dijo que eso la Seguridad Social no lo costeaba.
De todos modos, el médico era un tipo bien majo y me dio toda una serie de contraconsejos para neutralizar parcialmente las órdenes del microchip (si os interesan, otro día os los explico). Con eso y con gin-tonics, de momento, voy tirando.
Y, hablando de consejos, la radiografía de mi cabeza vino muy bien un día que un amigo se dejó las llaves de su casa dentro. La deslizamos por la ranura de la puerta de abajo a arriba con un enérgico blapp y no hizo falta llamar al cerrajero.
Por favor, un post con consejos neutralizadores YA, que llevo un tiempo con los mismo síntomas y no me gusta el Gin Tonic.
ResponderEliminar(Genial :))
jajajaja echaba de menos una entrada sergio!!
ResponderEliminarYo no deberia estar aqui !!!
ResponderEliminarY estoy y que ????
Abrazo
Ya te comprendo...
ResponderEliminarDe nuevo genial. Ese microchip del que hablas deben ponérnoslo a todos a la misma edad. A mí por suerte me gusta el gintónic, pero coincido en lo de los consejos que nunca vienen mal.
ResponderEliminarYo me escaqueé de la implantación durante mucho tiempo pero al final... Sin embargo, he descubierto que los microchips de algunos están defectuosos, yo diría que casi en "extremis" de... y aunque les viene un claro de locuacidad o de ser una persona, dentro de lo que cabe, "normal" para aquellos dura poco... Yo no sé cómo he conseguido contrarrestar los efectos del microchip pero queda patente que ya está haciendo efecto y me estoy convirtiendo en alguien que nunca pensé que me convertiría... Saludos de F.S.
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