jueves, 22 de diciembre de 2011

Cabeza de Bombilla (1ª parte)

Después de muchos años de silencio, creo que ha llegado por fin la hora de que el mundo conozca la historia de Cabeza de Bombilla.

Cabeza de Bombilla (1)
Sergio López, 2011

Aquello sucedió hace muchos años ya. Cuando todavía comprábamos chucherías con pesetas de Franco y había pasarelas metálicas para cruzar la Avenida de Portugal, que todavía no se llamaba Avenida de Portugal, sino Carretera de Extremadura.

Como teníamos prohibido cruzar al otro lado de la carretera, la mayor diversión de los niños de mi barrio consistía en cruzar al otro lado de la carretera. El hecho mismo de contravenir esa prohibición suponía meterse en líos, lo cual suponía una gran ventaja respecto de otras formas de meterse en líos que requerían una mayor planificación y una ejecución más eficiente.

Formas de meternos en líos que practicábamos los niños del barrio y yo cuando teníamos diez u once años eran, entre otras, meter petardos en los tubos de escape de los coches, tirar globos de agua a los transeúntes, tirar piedras a los yonkis... lo típico. Pero la mayoría de las veces simplemente cruzábamos la carretera y vagábamos por el hemisferio prohibido del mundo.

Al otro lado de la carretera estaba, entre otras cosas, la llamada Finca de Franco, hoy Parque Finca Liana. Franco se había muerto hacía unos 16 años, pero, por lo visto seguía muy presente. Había, por entonces, tres sitios que la gente conocía como Finca de Franco -hoy sigue habiendo uno- y todos ellos eran pinares con aspecto tétrico y misterioso, rodeados de leyendas que supuestamente debían disuadirnos de entrar.

En el centro de la Finca de Franco que hoy se llama Finca Liana había un chalet. Nadie lo había visto, porque los pinos lo impedían, pero había un chalet y estaba habitado. Tampoco nadie había visto entrar ni salir a nadie y, de hecho, la finca no tenía una entrada propiamente dicha, sino que estaba completamente perimetrada con  una alambrada, pero en el chalet había gente. Desde los bloques de vivienda de los alrededores se atisbaba un tejado de pizarra y se veía como salía humo de una chimenea y, de vez en cuando, a través del pinar, se entreveía a gente. Gente cavando zanjas, transportando troncos de madera. Había todo tipo de leyendas en torno a esa gente: que eran ricos, que eran nazis, que eran rusos, que eran masones, que secuestraban a los niños que merodeaban cerca. Muchas noches se oían ruidos extraños, como de maquinaria pesada, y parecían provenir de aquel sitio. Otra vez, varias personas dijeron haber visto un ovni en la vertical de la Finca.

Por supuesto, lo estoy relatando tal y como lo veía entonces, como un niño de diez años. Entonces aquel sitio me producía una indescriptible sensación de irrealidad. Me espeluznaba y me atraía a partes iguales. Era una burbuja de otro mundo dentro de la ciudad. Una especie de espejismo rural dentro de la pesadilla caótica y desarrollista en la que vivíamos. Los que estábamos fuera no podíamos entrar y los que estaban dentro no podían salir porque eran mundos diferentes, sencillamente.

Visto así, parecía lógico. Pero, en realidad, era cuestión de tiempo que acabásemos colándonos dentro. Recuerdo perfectamente que aquel día estábamos cinco: Chimeno, Parra, Urko, yo... y Cabeza de Bombilla.

Continuará

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