miércoles, 28 de julio de 2010

Lastre

Cada vez que quieras
salir volando por la ventana estaré allí, lastre de tu voluntad,
para recordarle a la gravedad

que tiene que tirar de ti hacia abajo
a nueve metros por segundo y dejarte chafado
contra el suelo, a mi lado. ¿Recuerdas

que una vez me pediste que no me fuera?
te hice caso.  Al final me quedé y puedes verme dibujada
en esas líneas retorcidas de tu cerebro

y en cada uno de los espejos enfermos
que hay en tu habitación
y me ves siempre que te asomas

y ya no te gusto
y ya no te gustas

lunes, 26 de julio de 2010

Las cosas claras

Las cosas claras
Sergio López, 2010

Al taxista le gustaba Peñaranda de Bracamonte, eso estaba claro. Varias pegatinas en la parte trasera de su vehículo proclamaban, con distintos colores y tipografías de mal gusto, su oriundez. La reiteración del sonoro nombre de aquel pueblo salmantino certificaba que al taxista le gustaban las cosas claras y que él no era de ningún otro sitio, como Consuegra, Hellín o Baños de Ebro. Al taxista le gustaban las cosas claras y le gustaba escuchar una emisora de radio en la que, según él, decían las cosas claras… aunque, en realidad, aquella emisora sólo escupía basura fascista. Pero eso no viene al caso. El caso es que al taxista le gustaban las cosas claras. Y, además, resultó ser un filósofo.

–Me dijo usted que iba a la calle Embajadores. ¿No? –dijo al cabo de llevar un rato en silencio escuchando su emisora favorita de basura fascista.
–Sí. –dije yo. Era un sí impregnado de nerviosismo. Llegaba tarde. Demasiado tarde.
–¿Exactamente a que altura?
–Déjeme por la glorieta.
–Pero, exactamente, ¿en que parte de la glorieta? En la Glorieta de Embajadores se cruzan la calle Embajadores y las Rondas de Atocha y de Toledo.
–Pues no sé. Donde le venga mejor a usted.
–A mí me viene bien donde a usted le venga bien.
–Pues donde tardemos menos en llegar. A mí me viene bien lo que sea más rápido. No llego a tiempo.
–¿No llega a la hora?
–No. No llego a la hora.
–Haber empezado por ahí. ¿Cuál es el problema? ¿Que llega antes de la hora o que llega después de la hora?
–Pues… –aluciné pepinillos con la pregunta– pues, que llego después de la hora, claro.
–Entiendo. Si llegase usted antes de la hora, no sería un problema.
–No señor.
–¿A qué hora debería usted llegar?
–A las siete en punto.
–Pero ya son las siete y diez.
–Ya lo sé. No llego a la hora, ya le digo. Por eso he cogido un taxi en vez del metro, pero ya veo que ha sido un error. Con el tráfico que hay, nos deben quedar otros diez minutos.
–Es que tenía que haber empezado por decirme que usted quería ir a la Glorieta de Embajadores a las siete en punto.
–Y eso, ¿de qué hubiera servido?
–Eso, caballero, lo hubiera cambiado todo. Es evidente que para usted no es lo mismo llegar a las siete que a las siete y vente. Si no, no estaría sudando como está sudando.
–Obvio. Pero sigo sin ver…
–Usted llega tarde a una cita. Usted considera que esa cita es su última oportunidad para arreglar algo, pero está llegando tarde. Teme haber perdido la oportunidad de haber arreglado las cosas antes incluso de haber tenido la ocasión de explicarse. Todo por un desajuste entre su percepción subjetiva del tiempo y la velocidad a la que se mueven las agujas del reloj del mundo. Esa sensación de que las cosas le suceden justo en el momento menos oportuno…
–¿Cómo sabe todo eso? –busqué la mirada del taxista en el espejo retrovisor y encontré dos ojos vulgares que se perdían en el tráfico y que eran sostenidos por una nariz y un bigote vulgares. Joder. ¿Cómo podía saber todo eso?
–Tenía que haber hablado claro desde el principio, caballero. Tenía que haber dicho que quería que le llevase hacia a la Glorieta de Embajadores en el espacio y hacia las siete de la tarde en el tiempo.
–¿Cómo?
–Quizá también es que yo no se lo pregunté de forma clara. Es verdad, lo siento. Le pregunté adónde quería ir, pero no a cuándo.
–Pero, ¿se ha vuelto loco? ¿Qué pasa? ¿Es qué ahora los taxistas pueden viajar en el tiempo?
–Por supuesto.
–Me está tomando el pelo. Lo último que necesito ahora es que me tomen el pelo. Mire, me bajo aquí.
–No le tomo el pelo. Intento hablar claro, simplemente. Usted intenta aferrarse a un momento espacio-temporal y yo le digo que este taxi viaja en el tiempo.
–Pues lléveme al pasado, entonces. A las siete de la tarde.
–¿Por qué no al futuro?
–Váyase a la mierda.
–Entiendo su enfado. Las cosas claras: el futuro nos da miedo. El presente es la vida y el futuro, en última instancia, la muerte. Intentamos aferrarnos al presente, a aquello del presente que nos es grato, que nos hace feliz, que creemos que nos completa: por eso la posesión, por eso los celos, el ahorro, el capitalismo, el comunismo... todo mecanismos para intentar almacenar el presente. Ineficaces, por cierto: no se puede hacer acopio del tiempo presente. El tiempo es lo único que no nos sobra. A menor o mayor velocidad, todos nos dirigimos hacia el futuro.
–¿Me puede explicar qué me quiere decir con todo esto?
–Que al único sitio adónde no le puedo llevar es al pasado. Nadie puede, lo dijo Einstein. El pasado sólo existe cómo una impresión en nuestras neuronas.
–Pues déjeme en el presente, entonces –le rogué al taxista–, quiero quedarme en el presente.

El muy cabrón al final me llevó al futuro y, encima, me cobró lo mismo.

jueves, 22 de julio de 2010

Mi peor enemigo (3/3)

...Y desenlace.


VI 

Después de lanoche que vi a Raquel no regresé al chalet. Intenté llevar una vida lo másnormal posible en mi piso de Lavapiés.
Al cabo de varios días una idea empezó a brotar en mi cabeza. Alprincipio era como algo que tienes en la punta de la lengua, pero que noaciertas a decir. Las sinapsis de mi cerebro seguían trabajando por su cuenta,pese a mi estado general de estupefacción, y empezaban a darme señales de quesabían perfectamente cuáles eran los siguientes pasos.
Sin embargo, mi mente consciente aún se bloqueaba antes de que terminasede formular aquella idea de una forma tangible. Era un proceso subconsciente quese desencadenaba cada vez que pensaba en Raquel, la mujer de mi vida felizmentecasada con otro tipo que resultaba ser yo mismo. Tardé en identificarclaramente ese pensamiento como lo que era: la tentación homicida.
Mi amigo Norberto me solía decir que yo soy mi peor enemigo. Que teníauna actitud de mierda, destructiva, y que era mi baja autoestima me impulsaba ahacerme daño una y otra vez. A hundirme yo solo cada vez más. Esa idea de yomismo como mi peor enemigo me obsesionaba desde hace años. Incluso compuse unacanción para Surrender inspirándome en ella.

Eresmi peor enemigo,
nome puedo librar de ti,
memiro al espejo y te veo,
yono sé  que querrás de mí.

Sí, ya se querimar “de ti” con “de mí” suena un tanto ripioso, pero ya he dicho que nuncallegué muy lejos en el mundo de la música.
Llevaba tanto tiempo obsesionado con la idea de que yo era mi peorenemigo que acabé llegando a la conclusión de que tenía que derrotar a eseadversario y que la única manera de hacerlo era matándolo. Por eso salté delviaducto. Pero, en vez de morir, aparecí aquí. Algo tan absurdo que, porfuerza, tiene que tener algún sentido. Si sigo vivo en el momento deescribir es por una razón: porque no tuve éxito en el objetivo de matar a mienemigo.
Esa es la causa de que yo esté aquí. ¿Y las consecuencias?, tepreguntarás ¿Cuáles van a ser?
En ese sentido, todo lo que he leído sobre multiversos es bastanteconcluyente: no puede haber dos Javier Salamanca en la misma dimensión. Sobrauno. O sobran los dos. Mi misión aquí solo puede ser esta: terminar lo quecomencé cuando salté del viaducto. Eso es lo único que hará cobrar sentidoa mi existencia en este mundo.

VII

Quiero que quedeclaro que no lo hago porque mi yo en esta dimensión se parezca mucho al típicocabrón capitalista envuelto en palabrería progre que siempre he odiado. No esporque en las dos últimas semanas me hayan increpado varias veces por la calle,a causa del polémico expediente de regulación de empleo en Cyfr.es. No esporque haya adivinado la contraseña de su correo electrónico personal (no meresultó difícil: era el nombre de un gato que tuvimos de pequeños) y hayacomprobado que Javier Salamanca dista mucho de ser el hombre moderado, juiciosoy altruista que la mayoría cree. En realidad, acosa moral y laboralmente atodos sus empleados, los directivos que dependen de él casi no tienen vidapersonal y, además, se lo monta con la directora del departamento deresponsabilidad social corporativa, una tal Ingrid, a la que mantiene en unconstante tiovivo emocional, exactamente igual que hace con Raquel.
No es por eso. Ni siquiera es por los celos indescriptibles que me generapensar que él está con Raquel. Pensar que Raquel me dejó por mi otro yo me sacade mí mismo. Me desquicia saber por qué mi otro yo supo retenerla y yo no supe.  
Pero no es por eso. Es simplemente porque tiene que ser así. Porque tieneque haber un motivo para mi viaje interdimensional. Y esta es la única razónposible.
Reconozco que la idea de suplantar a mi otro yo me tienta, sí, pero sóloen un punto. No es por el dinero, ni por la fama. Nada de eso. Es,exclusivamente, por volver a estar con Raquel, aunque sólo sea una vez. Herepasado mentalmente como será. Ella me dirá que me nota extraño, mepreguntará  si me ha ido bien en el trabajo. Yo haré el signo enlenguaje de sordos para “cállate”, schhhhhhh, poniendo al final el dedo índiceen sus labios. Luego nos daremos un largo y cálido beso y dejaré que meconduzca a la cama. Sobrarán las palabras durante un buen rato. Nos agotaremosel uno al otro y terminaremos durmiéndonos abrazados y sudorosos.
Después de eso... no sé. La imagen anterior viene a mi mente de formacompletamente vívida, casi como si ya estuviera allí. Sin embargo, pensar enuna vida en común con Raquel y con Schrödinger en el chalet de Pozuelo no megenera en absoluto la misma sensación de verosimilitud.
Creo que lo más probable, de todas formas, es que yo desaparezca encuanto apriete el gatillo y descerraje un tiro contra la cara sorprendida de miotro yo. Termino mi misión incompleta y me esfumo de este mundo de forma tanincomprensible como vine. Me suicido. Es lo que parece más lógico, aunque¿quién sabe?

VIII

Estoy casiterminando. Sólo quedan dos horas para que mi otro yo empiece con su sesiónmatutina de footing y ya lo tengo todo preparado. Es sorprendente lofácil que resulta conseguir una pistola.
Si has encontrado y leído este manuscrito es porque he tenido éxito en laparte fundamental de mi plan y he matado a Javier Salamanca.
Si lo has encontrado tirado en alguna parte del camino por el que sueleir a correr poco antes de ir a trabajar, es que yo he muerto con él y me heesfumado.
Si, por el contrario, aparece dentro de muchos años en un estuche demetal junto al cadáver descompuesto de mi otro yo, es que yo he seguido convida después de matarlo.
Si se cumple esto último, el objeto de mi misión cobra nuevas lecturas:el Salamanca perdedor, el fracasado que ha tomado todas las decisionesincorrectas en su vida, el que sólo sabe hacerse daño a sí mismo, ha matado yse ha quedado con la vida del Salamanca emprendedor, el triunfador que haacertado en todo lo que suponía su propio beneficio, pero que no puede evitarhacer daño continuamente a otras personas.
No sé si esto contiene alguna enseñanza trascendental, la verdad, perosi sucede de ese modo, tendré el resto de mi vida para pensar en ello.
Lo que me ha pasado es algo tan extraordinario que en ningún caso me lopodía llevar a la tumba. Al menos eso pienso. Aunque también pienso que haberescrito esto podría ser sólo otro eslabón en mi larga cadena de equivocaciones quepuede costarme volver a arruinar mi vida. Otra vez. Quizá esto era una enésimaoportunidad y la estoy otra vez tirando a la basura.

miércoles, 21 de julio de 2010

Mi peor enemigo (2/3)






La segunda parte del relato 'Mi peor enemigo'. Como decía en un comentario, este relato lo escribí en enero y ya no me gusta demasiado, ni en fondo ni en forma, pero he pensado que estaría bien compartirlo y darle una segunda oportunidad.



Leer Mi peor enemigo (1/3)




 Mi peor enemigo (2/3)


Sergio López, 2010





III






No me quedé a ver como terminaba el programa. Salí corriendo y procurando agachar la cabeza para que nadie me viera. Pensé que se trataba de una alucinación, de una extraña pesadilla. Pensé que había muerto y que esta locura era el purgatorio. De hecho, lo sigo pensando, a veces.


De vuelta a mi barrio entré en un locutorio e hice una rápida consulta en Google con mi nombre y apellidos. Un solo clic de ratón y se desplegaron ante mí decenas de páginas que hablaban de mi vida. Es decir, de mi otra vida. Tanta información sorprendente que, incluso ahora mismo, dos meses después, me cuesta ordenarla. Empezaré por algo concreto: la música.


La música ha sido lo más importante de mi vida. Cuando yo era pequeño, destacaba en el dibujo. Seguí dibujando hasta el instituto: hacía cómics. Aventuras que tenían a mis amigos del barrio por protagonistas. En la Universidad lo dejé y me aficioné a la música. Me compré un bajo Fender Jaguar, y al cabo de dos o tres años monté Surrender, mi banda de rock. La banda en la que invertí la mayor parte de mi creatividad, que nunca llegó a nada y de la que, a la postre, me echaron. Ahora pienso que fue una pérdida de tiempo, de esfuerzo, de dinero y de salud.


Sobre todo de lo último.


Mi yo en esta dimensión nunca aprendió a tocar una nota y nunca dejó de dibujar. Cuando volvió de su segunda temporada larga en el extranjero, comenzó a trabajar en una prestigiosa compañía consultora. Luego, junto con unos socios, montó su propia empresa de servicios informáticos orientados a la Administración pública, con la que hizo bastante dinero. Pero nunca dejó la afición al dibujo. Y, de hecho, la notoriedad le vino cuando creó Cyberfreak.es. Se trataba de un sencillo blog en el que, a diario, colgaba sus cómics sobre asuntos que, en principio, debían interesar a los informáticos y a los muy aficionados a las nuevas tecnologías, pero que alcanzó un improbable éxito entre el común de los internautas y se situó en el Top 10 de los webs más influyentes en castellano en apenas un par de años.


En 2006, mi yo en este mundo decidió aprovechar el gran éxito de su cómic-blog, sus conocimientos profesionales sobre el sector informático y la gran cantidad de dinero que había acumulado para montar el portal de Internet Cyfr.es. Al cabo de unos tres años, como tú sabrás, Cyfr.es ya se había convertido en el principal sitio de entretenimiento en la web de toda España. Tiene descarga de vídeos, música, noticias... Realmente es un gran invento que no existe en mi dimensión, donde la función de Cyfr.es la cumplen, de manera parcial, Youtube, Spotify, iTunes o los portales de descarga P2P.


Y no sólo eso. Resulta que yo... él, quiero decir. Él no es sólo un hombre de negocios, sino que también es un personaje famoso. Se ha labrado un gran prestigio como comunicador, gracias a su sentido de humor y la agudeza con la que analiza las tendencias en el campo de las nuevas tecnologías, los gadgets y demás cosas que a mi siempre me han interesado al mismo nivel que me interesan la numismática o la cocina con Thermomix.


A mi otro yo le invitan a tertulias, en la tele y en la radio. Mi otro yo ha ido al programa de Buenafuente, ha salido en el Telediario en repetidas ocasiones y ha escrito alguna tribuna en El País, firmada como Javier Salamanca, director de Cyfr.es.


Es de locos.


Lo más curioso de todo es que, a pesar de separarse tanto y tan radicalmente nuestras vidas durante casi dos décadas, las dos vuelven a encontrarse en un punto. Sólo en un punto y, maldita sea, joder, mierda, tenía que ser justo ese punto:


Raquel.


Los dos conocimos a Raquel a los 29 años en una fiesta. Parece ser que los dos nos las ingeniamos para seducir o ser seducidos esa misma noche por esa misma persona. Raquel era, pensaba, la mujer de mis sueños. La mujer que siempre había deseado. Yo dejé a la que era entonces mi novia por Raquel; cosa que mi otro yo, que, por entonces no tenía pareja, no hizo.


La diferencia es que, a mí, Raquel me dejó al cabo de diez meses. Se cansó de mí. En aquel momento, el único de estabilidad en toda mi vida, trabajaba en la aburrida Agencia Expert y quizá el aburrimiento se me contagió. Raquel tenía un proyecto vital muy distinto del mío.


Durante mucho tiempo estuve culpándome a mi mismo por el hecho de que se marchara. Ella estaba constantemente en busca de nuevas experiencias y supongo que llegó un punto en el que yo no podía ofrecerle nada nuevo. Me engañaba con otros y yo, totalmente colgado por ella, hacía la vista gorda. Me terminó dejando un día antes de mi trigésimo cumpleaños. Aquello fue tremendamente humillante.


Me costó años convencerme de que yo no hice nada malo y empezar a culparla a ella en vez de a mí. De que yo no era un lastre del que ella necesitó desprenderse para poder volar más alto. Me costó Dios y ayuda forzarme a concluir que Raquel era una persona narcisista e insaciable, incapaz de tener un proyecto de vida en común con nadie ni de querer a nadie que no fuera a sí misma. Que bajo su belleza –sus ojos azules, sus labios finos, sus pómulos marcados– había algo feo y extraño. Que era una persona extraordinaria en muchos aspectos, pero no todos ellos necesariamente positivos.


Y resulta que mi otro yo sigue aún con ella, seis años después. Mi otro yo, en la cresta de la ola y felizmente casado con la mujer de mis sueños.






IV






Me he pasado tanto tiempo agobiado por el dinero que me cuesta trabajo asimilar lo fácil que me resulta conseguirlo aquí. Dinero por la cara, literalmente. A los pocos días de llegar, descubrí que sólo necesitaba entrar a cualquier banco en el que mi otro yo tuviera abierta una cuenta y retirar efectivo usando mi DNI que, pese a ser de otra dimensión, tiene los mismos siete números que el DNI del Javier Salamanca de este mundo.


Con el dinero, me alquilé un estudio en Lavapiés y me compré una Vespa negra, igual que la que tenía antes de que me la embargase el banco. También adopté un gato que se llama Schrödinger, en honor del físico austriaco Erwin Schrödinger. El gato de Schrödinger no está ni vivo ni muerto, sino ambas cosas a la vez: está vivo en una dimensión y muerto en la otra. Schrödinger pensaba que su gato era solo un gato teórico, inventado por él mismo para describir una paradoja de la física cuántica de la que se deriva la noción de los multiversos. Pero no, el gato de Schrödinger es un gato real: tiene cuatro meses, es de color canela, tiene un mechón de pelo blanco en la frente y ronronea de felicidad en cuanto le empiezo a acariciar la cabeza.


Tardé tiempo en descubrir lo de Raquel con mi otro yo. Las primeras semanas las pasé metido en mi nueva casa, leyendo libros sobre física cuántica que teorizaban sobre la posibilidad de universos alternativos e intentando comprender qué era lo que había ocurrido. Cuando me cansaba de no entender una línea de aquellos tomos, me ponía a indagar sobre el otro Javier Salamanca.


La información sobre la vida personal de mi otro yo no fue tan fácil de obtener como el dinero. Gracias a las felicitaciones de uno de sus amigos en los comentarios del blog Cyberfreak.es, me enteré que acababa de contraer matrimonio y que, debido a su apretada agenda, la pareja de recién casados tendría que retrasar su luna de miel un par de meses.


Esperé varios días hasta ver salir su Audi negro del garaje de las oficinas de Cyfr.es en el Paseo de la Castellana. Ese día lo seguí a una distancia prudente hacia su chalet con siete habitaciones y nueve cuartos de baño, situado en el Residencial Los Lagos, en Pozuelo de Alarcón.


Después de eso, todo fue mucho más sencillo. Ya conocía su dirección y sólo tenía que montar guardia en los alrededores de su casa y observar quien entraba y salía: personal de servicio y amigos particularmente pijos y repeinados. Ponía todas las precauciones para no ser visto por los vigilantes de seguridad, pese a que, al fin y al cabo, yo era el dueño de la casa.


Al cabo de varias noches, vi que el otro Javier Salamanca salía acompañado al jardín. No me lo podía creer: ahí estaba Raquel. Hacía cerca de cinco años que no la veía. A sus 32 años seguía igual de impresionante que cuando nos conocimos. El mismo pelo liso castaño con flequillo egipcio, los mismos ojos claros, la misma nariz respingona. La cintura y las piernas delgadas. Lo mejor y lo peor que me ha pasado en mi vida.


Creo que fue lo de Raquel con mi otro yo lo que terminó de desquiciarme del todo, en el caso que quepa una locura mayor que la de un perdedor que se despierta en otro mundo en el que habita su otro yo triunfador.


Juro que en ese momento se me pasó por la cabeza suicidarme otra vez. Lo deseché porque pensé que, si hacía eso, quizá me volvería a despertar en otra dimensión paralela aún peor, en la que mi otro yo sería premio Nobel o dictador de un Estado fascista, por ejemplo.






V






Lo único que tenemos en común el Javier Salamanca de esta dimensión y yo es la edad, el nombre, el DNI, la familia y el aspecto físico.


Vale. Dicho así parece que sí tenemos bastantes cosas en común. Pero no. Lo demás, lo fundamental, cambia. Él sacó mejores notas que yo en el instituto. Él salió con Katia, la guapa de la clase. Yo no –¿Cómo iba a salir yo con la guapa de la clase?–. Él fue por ciencias y yo por letras. Yo estudié Historia del Arte y él, Informática. Él se fue de beca Erasmus y yo no.


Antes de todo eso los dos cursamos nuestros estudios en el mismo colegio y en el mismo instituto y tuvimos los mismos amigos, aunque es posible que para entonces él ya hubiera tomado algunas decisiones vitales que le hicieron avanzar y aprender, mientras que yo ya me había equivocado en unas cuantas cosas.


Después de la Universidad mi yo de esta dimensión se va al extranjero otra vez, mientras que yo me quedo aquí y me pongo a trabajar en un museo. Al cabo de tres años, cuando me echan, me marcho a vivir al campo durante un año. No hice mucha vida social, así que, por lo menos, ahorré algo. Cuando regreso a la ciudad, en 2002, no consigo encontrar trabajo en Madrid –rechacé un trabajo estupendo en Mallorca para poder seguir con mi banda de música– y decido retomar mis estudios. Tuve la peregrina idea de matricularme en un máster de periodismo en el que me gasté todo el dinero. Un año más tarde, arranca mi carrera como periodista, que es tan poco llamativa como mi carrera de músico.


El único empleo decente que conseguí como redactor fue en una agencia de noticias en la que estuve más de tres años. Decidí largarme cuando me ofrecieron trabajar en un nuevo periódico, cuya línea editorial suscribía entonces punto por punto.


Me fui de la agencia renunciando a mi puesto y en el periódico, nunca me hicieron el contrato que me prometieron. Seguí trabajando como colaborador autónomo hasta que la editorial se arruinó al cabo de dos años y el diario dejó de publicarse. 


Entonces vino la crisis. No había dinero, no había amigos, no había pareja y cada vez había más droga. Asediado por las deudas, tuve que empezar a malvivir a base de negocios cutres y pagados en dinero negro. Algunos eran bastante turbios. No entraré en detalles, pero, antes de venir aquí, me enfrentaba a un juicio por estafar a la Seguridad Social y a otro por tenencia de sustancias estupefacientes. Me enteré de que Raquel salía desde hacía tiempo con otro hombre; alguien más brillante, guapo, sano y con más dinero que yo. Poco después, el resto de mi banda de música decidió expulsarme y perdí el último asidero que me quedaba. 





martes, 20 de julio de 2010

Mi peor enemigo (1/3)

Un relato menos corto que otros.

Mi peor enemigo (1/3)

I

Madrid. 1 de febrero de 2010

La teoría de los universos múltiples de Hugh Everett postula que existen innumerables realidades paralelas y alternativas. Que cada vez que un aspecto del Universo es sometido a una disyuntiva, cada vez que un sujeto ha de optar entre una cosa o la otra, la realidad se desdobla en dos. Es decir, que de cada decisión surgen dos dimensiones paralelas. En uno de los universos paralelos te atreviste a besar a la mujer o al hombre de tu vida y en otro, no. Hay universos en los que tú existes y otros en los que no, porque tus padres no llegaron a congeniar.

Sé que te sonará raro. Yo hace bien poco no habría dado ni un duro por semejante teoría. Pensaba que, con cada decisión, mi vida se encaminaba por un sendero y que ese camino excluía todos los demás. Que sólo se vive una vez.

Ahora sé que nuestra vida se repite incontables veces, en algo parecido a lo que Nietzsche asimilaba a la eternidad en su teoría del Eterno Retorno. Pero Nietzsche falló en un aspecto fundamental: él decía que estábamos condenados a repetir nuestros mismos errores infinitas veces y lo cierto es que estamos condenados a cometer eternamente errores distintos.

Ahora sé que, en otras realidades, soy alcalde corrupto, fontanero, taxista... Las posibilidades son, en teoría, infinitas, así que todos esos otros mundos deben existir. Otros mundos en los que Hitler no invadió Polonia y la Ley de Costas impidió la construcción del Hotel Bali en Benidorm.

Sé que todo esto puede parecer tremendamente extraño, pero para conocer mi historia es indispensable esta exótica introducción. Te pido un último esfuerzo: imaginemos que en uno de los universos posibles has tomado la decisión de poner fin a tu vida. Puedes haberte suicidado incluso varias veces, en distintos momentos de tus vidas paralelas, pero siempre habrá alguna realidad alternativa en la que no tomaste esa fatal resolución. Los seguidores de Hugh Everett denominan a este concepto inmortalidad cuántica.

Yo me suicidé. Por eso sé todo esto. Me suicidé y no se apagaron las luces, sino que vine a parar aquí. Además, por alguna razón –intuyo que tiene que haber una razón–, no volví a nacer y a empezar otra vida alternativa desde cero, sino que vine a parar precisamente a este lugar y en este momento.

Hasta aquí la introducción. Lo más extraño viene a partir de ahora. No sigan leyendo sino quieren; el mismísimo Hugh Everett se tuvo que enfrentar a la incredulidad de sus compañeros y dejó la investigación. Después de eso, Everett –padre, a la sazón, del líder de The Eels, banda autora de canciones como Novocaine for de soul– se hizo absurdamente rico aplicando sus conocimientos de matemáticas al campo de los negocios.

Es posible que yo también me haga rico con todo esto.



II


Decir “yo vine desde otro universo paralelo” suena un poco fuerte. Es como si te contase que soy un marciano. Nada de eso. Mi realidad alternativa se diferenciaba de la tuya en muy pocas cosas y todas ellas están relacionadas directa o indirectamente con mi persona.

Yo soy el Javier Salamanca de la dimensión paralela en la que Javier Salamanca ha metido la pata en todas las decisiones importantes de su vida. En mi mundo, me he equivocado en todas aquellas elecciones que podrían haberme dirigido no ya hacia lo que se considera una vida de triunfo, como la del Javier Salamanca de esta dimensión, sino, al menos, de una moderada felicidad y estabilidad. He fracasado estrepitosamente en el amor, el dinero, la salud, el trabajo... incluso en el ocio, si es que tal cosa es posible. Ahora mismo no se me ocurren más categorías en las que se pueda compartimentar una vida humana, pero, si las hay, también he fracasado en ellas.

Escogiera lo que escogiese siempre era la peor opción posible. Fui buscando todas las puertas cerradas y todos los pasillos llenos de trampas en mi recorrido a través del laberinto vital y llegué a un culo de saco. No quise seguir jugando. Con 36 años, sin trabajo ni subsidio de paro, sin pareja, sin que mi familia quisiera saber nada de mí, adicto a las drogas y al borde de la indigencia, tomé la terrible decisión de darme por vencido: hacer una bola de papel arrugado con mi laberinto vital y echarla a reciclar. Decidí seguir el consejo de Max Estrella a Don Latino: volar desde el Viaducto de la calle Bailén hasta el pavimento de la calle Segovia, cuarenta metros más abajo.

Lo siguiente que recuerdo es despertarme en la acera. No tenía ni un rasguño. Al contrario: estaba como nuevo, regenerado. Me puse a caminar hacia mi casa y, en el trayecto, me sorprendió que muchas personas a las que yo no conocía de nada se me quedaban mirando. No entendía nada y me costó días enteros entenderlo.

Llegué hasta la que creía que era mi casa, es decir, la que hasta entonces había sido mi casa. Los nuevos inquilinos, una numerosa familia bengalí, llevaban viviendo allí tres años, según me dijeron. ¿Me he despertado en el futuro?, pensé. No. No era tan fácil.

Mi tarjeta de débito, que, de todos modos no tenía fondos, no era reconocible para ningún cajero automático, así que vagaba sin dinero ni casa cuando casi me dio un infarto al mirar hace el escaparate de una tienda de electrodomésticos y ver mi propia imagen repetida seis o siete veces. No. No era mi imagen recogida por una videocámara que enfocaba hacia la calle. Era otro yo, más trajeado que yo, participando en una tertulia de la tele. Mi cara aparecía en diferentes tamaños y con distintos matices de color en monitores de diferentes formatos y modelos. Debajo, un letrero sobreimpreso aludía a las descargas ilegales en Internet.

...continuará

miércoles, 14 de julio de 2010

La patria es una camiseta

Sudáfrica 1995. Los Springboks, el combinado de Rugby de la minoría blanca juega bajo la bandera de la nueva Suráfrica de Nelson Mandela. En principio, ni los blancos se identifican con la bandera ni los negros con el equipo, pero los Springboks ganan el mundial y se convierten en el símbolo de todos. Unos y otros se enfundan en la vistosa bandera surafricana y aprenden a recitar la alineación de la selección nacional y los versos en xhosa, zulú, afrikáner e inglés del hermoso himno nacional sudafricano, Nkosi sikele iAfrika.
Sudáfrica 2010. El Barça juega bajo la bandera de España y gana la copa del mundo (jojojo). La historia se repite: jolgorio y trapos de colores que se convierten en lo único que une y que puede unir a gente de muy distinta condición social y forma de pensar.



Nelson Mandela y Vicente del Bosque, --que comparten el hecho de tener cara de buenas personas y haber hecho cosas en la línea de demostrar que, además, lo son--, nos enseñan una gran lección: hoy en día, las patrias, las naciones... son una camiseta y nada más que una camiseta. Y menos mal. Mucho más que esencias étnicas, ideológicas o culturales, la patria en el mundo posmoderno es un icono pop. Una camiseta y un eslogan... nada de batallas, mártires o catecismos que son, al mismo tiempo, más aburridos y más peligrosos.

Ha habido algo que me ha emocionado de estos días de delirio colectivo tras la victoria incuestionablemente merecida de la Selección Española en el Mundial. Me he emocionado, pero no porque me sienta especialmente orgulloso de la hazaña deportiva (lo disfruté mucho como espectáculo, pero sin más), y mucho menos me emociona el despliegue de simbología nacional en las facha-das. Estos días me he emocionado porque creo que lo que ha sucedido es lo contario a una exhibición nacionalista: me he emocionado por ver que España (mi país, que antaño fuera un lugar opresivo, de vergonzantes estereotipias raciales y culturales) puede ser hoy simplemente una camiseta que le vale igual a un senegalés que a moldava que a uno de Barcelona que, por otra parte, es transexual.

Yo vi el partido en la casa de un amigo en la zona de Alvarado, la pequeña República Dominicana de Madrid. Salimos y una gigantesca fiesta copaba todo ese tramo de la calle Bravo Murillo. Bailaban juntas personas de como veinte nacionalidades distintas y todas ellas enfundadas en trapos rojigualdas. Un niño oriental que iba o venía junto con su familia me envolvió en la gigantesca bandera que llevaba y gritó "¡viva España!". No me quedó más remedio que responder "¡Viva!".

martes, 13 de julio de 2010

Las mejores palabras

Debería quedarme callado:
las mejores palabras son las que no digo.
Soy mejor en silencio que en significado.
Puedes imaginarte que mi silencio significa algo,
por oposición. Puedes llegarte a creer lo que no soy,
y yo no diré nada, para que sigas creyendo
que aún me quedan palabras.
Debería quedarme callado
y no contaminar con el CO2 asqueroso
de mis sílabas el poco aire que nos queda.
Cualquier cosa que diga revelará la mala ortografía de mis pensamientos,
los vicios, los renglones torcidos y, por supuesto, será utilizado en mi contra
Debería quedarme callado y no forzarte a que me eches de una vez de tu cuarto.
Si hablo, igual digo un conjuro al revés y desaparezco.
No dejes que hable. Baja las persianas de tu cuarto y no dejes que hable.
Abrázame, y protégeme de los agresivos ruidos de la mañana, del sol y de mi propia voz.

jueves, 1 de julio de 2010

Rock'n'roll aptitud

Una cosa que me fascina es cómo muchas veces nuestras aptitudes van por un lado y nuestras elecciones, lo que queremos hacer con nuestra vida, van por otro completamente diferente. Cuando yo era crío se me daba muy bien dibujar y moderadamente bien escribir. Y lo que se me daba rematadamente mal era la música. Pero en un momento dado se me metió en la cabeza que quería tocar la guitarra y componer canciones. Y ahí sigo, dedicándole tiempo y esfuerzo a algo para lo que seguramente no soy lo suficientemente apto, pero que por algún motivo me llena como nunca me llenó dibujar.




Me viene todo esto a la cabeza pensando en la canción inédita que os pongo aquí arriba. ‘Mezclar agua con sed’, de Extremoduro. Roberto Iniesta (el líder y compositor de Extremoduro) ha nacido para escribir esta canción –y no, por cierto, una novela– y no lo sabe. O no quiere saberlo.

Este corte me parece con mucho la mejor composición de Extremoduro después de que tocaran techo con Agila en 1996. Sin embargo, por alguna razón nunca fue editada y sólo tenemos de ella una versión miserable: la grabación de un directo con un sonido bastante pobre.  

Es un descarte. Incomprensiblemente, cuando la banda del de Plasencia grabó ‘Yo, minoría absoluta’, en 2002, la dejó fuera para meter cosas tan ridículas como ‘Menamoro’. En 2008, este tema se volvió a quedar fuera de ‘La Ley innata’.

Lo peor de todo, lo más injusto, es que en el intervalo de tiempo que va entre estos dos discos, seis años, Roberto Iniesta escribió una novela que sí se ha publicado.

Me siento casi obligado a dar explicaciones de por qué me leí la novela de Robe, si sabía de antemano que iba a ser mala y cuando hay un millón de libros fundamentales que no he leído. El caso es que empecé a hojearla por curiosidad en una biblioteca y me la terminé llevando a casa. Lo mejor y lo peor que puedo decir del libro, (que lleva el cursi título de ‘El viaje íntimo de la locura’) es que empieza aguantando de forma bastante digna y prometedora antes de venirse abajo de forma abrupta y estrepitosa hacia la mitad.

Por eso me lo llevé a casa: esperaba leer obviedades y prosa poética de la mala, pretenciosa e insustancial, y durante los primeros capítulos lo que hay es un lenguaje que se deja leer muy bien, que encuentra el punto justo entre lo coloquial y lo informalmente lírico, y una historia que avanza un poco a trompicones por los caminos abiertos por el realismo mágico, pero que parece que te lleva a algo que hace que quieras seguir pasando páginas. Luego se va todo a la mierda: la historia sí que conducía a la obviedad más absoluta y el lenguaje cada vez se vuelve más hueco. Es lo peor que le puede pasar a un libro y, de hecho, es el peor libro que he leído entero después de uno de ciencia-ficción llamado 'El resurgir de la Atlántida', que me leí hace años. Los dos, por lo menos, se leían rápido.

Por cierto, si quieren leer algo bueno y molón, lean a Hari Kunzru. Cualquier cosa de él. ¡Viva Hari Kunzru! ¡Viva Kureishi! ¡Vivan los escritores británicos de raíces pakis!

El caso es que Robe, porque es Robe y porque se ha forrado a vender discos, ha podido sacar un libro saltándose los filtros habituales del mercado editorial y que hacen que a día de hoy permanezcan inéditas un millón de novelas mucho mejores que la suya. Pero, de todos modos, el que el músico extremeño no hubiera publicado su libro no habría significado que un novelista de verdad sí lo hubiera hecho con el suyo. Así las cosas, nada que objetar. Lo único que quiero aportar es esta reflexión: el dinero puede pagar muchas cosas, pero parece que no paga el estar rodeado de amigos con criterio que te digan: tío, tu novela no es que sea una mierda. No del todo, vamos. Escribe otras dos y, a lo mejor, la cuarta ya es digna de publicarse. Entre tanto haz un favor a la humanidad y dedícate a lo tuyo: compón canciones y, sobre todo, graba en condiciones ‘Mezclar agua con sed’.

Mezclar agua con sed. Extremoduro (Inédita)

Como limones
sus recuerdos son como limones
que a mordiscos me he comido enteros
y ahora ya no tengo sensaciones.
Como alimento
me sirve tu palabra y de tu aliento
salen las revoluciones,
poeta, haz volar nuestros corazones.

Que todo lo que quiero y más cabe en la frase que me haga sentirme bien
y que me llene de fuego hasta el rincón mas apagado de la piel.

Mezclar agua con sed

Como aguijones
clavados en el centro de una herida
llevo todas sus despedidas
y olvido de la vida los valores.
Como cemento
me sirven tus palabras si no tengo
columnas donde apoyarme
que no sean de aire lleno de silencio.

Que todo lo que quiero y más cabe en la frase que me haga sentirme bien,
que me levante del suelo, y me recuerda que aun queda por hacer

Mezclar agua con sed.

Cuéntame el antídoto que guarda de las setas el veneno,
porque ando tan perdido que me como todo lo que hay por el suelo.

Con pies de plomo,
vuelvo a la vida desde el abandono
tengo tan dura la cabeza
que tropiezo más de dos veces con todo.
Abre la puerta
y deja que entre la naturaleza
y ahora que ya no estás solo
verás como te coge miedo el lobo


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