martes, 6 de septiembre de 2011

El último tren

El tren que me va a sacar de aquí, mi única oportunidad para salvarme, llega con un retraso de dos horas. Dicen que hay trenes que sólo pasan una vez en la vida. Además de ser una metáfora acertada, podría ser el eslogan de los ferrocarriles de la Compañía.

Durante años, los gobiernos -en la época en que aún había gobiernos- invirtieron cantidades ingentes de dinero en construir kilómetros y kilómetros de vías férreas. Ahora pertenecen a la Compañía y la mayor parte de ellas están cerradas. Languidecen y se oxidan sobre los páramos abrasados por el sol. Los ladrones de metal han convertido algunos tramos en simples caminos de piedra que, como el resto de caminos de nuestro país, no conducen a ninguna parte.

Pero sí sigue funcionando el Tren del Norte, muy rentable para la Compañía, a juzgar por la relación entre la calidad del servicio y el desorbitado precio que hemos pagado por nuestro billete todos los viajeros que nos hacinamos en el vestíbulo.

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La taquillera me ha mantenido por un segundo la mirada cuando le he tendido mi pasaje y mi salvoconducto. He pensado que quizá sospechaba de mi, pero, en seguida, me ha devuelto mis documentos y ha vuelto a su atenta lectura del catálogo de ofertas de un supermercado.

Luego han pasado dos agentes de seguridad, altos y serios como puertas cerradas. Ni me han mirado. Me he quedado algo más tranquilo.

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Todavía una hora para que venga el tren. Apenas puedo disimular mi nerviosismo. Ignoro por qué viaja al Norte el resto de pasajeros y, del mismo modo, intento que ellos ignoren por qué viajo yo. Quizá algun otro no esté viajando por negocios para mayor gloria de la Compañía y, al igual que yo, quiera desertar de este desierto de mugre y desidia.
Lo primero que voy a hacer cuando llegue al Norte es entrar en una biblioteca. Tengo ganas de...

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Hasta aquí la transcripción del manuscrito requisado al detenido. Se adjuntan estas notas por si procediera imputársele un delito tipificado de calumnias a la Compañía, habida cuenta del contenido difamatorio de las mismas. En tal caso, recomendamos que la sanción económica que, con toda probabilidad, se derivará del proceso se sume a la factura (que paga subsidiariamente la familia del detenido) de la institución psiquiátrica donde reside el sujeto. Institución en la cual, antes de su fuga, ya cumplía condena por desorden mental, conducta asocial, mercadofobia y grafomanía.

El instructor.

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