viernes, 30 de diciembre de 2011

Cabeza de Bombilla (2ª entrega)

Cabeza de Bombilla (2)
Sergio López, 2011

De Chimeno se podía decir que era el listo de la clase. Pero no un listo empollón, repelente, que saca buenas notas, pero que es un inútil social. No. Sacaba buenas notas y, además, era el líder de la pandilla. Era muy maduro para la edad que tenía. Todos los niños hacían lo que el decía y de todos nosotros era el único que había empezado por entonces a interesarse y a despertar el interés de algunas niñas. Hablaba con un aplomo impresionante y se le daban bien todos los deportes. Recuerdo que por aquel entonces, en 5º de EGB, me empezaba ya a caer mal.

Yo no era tan listo ni tan carismático como Chimeno, pero me sentía irremediablemente obligado a competir con él en algunos aspectos. Se me daba fatal la educación física, pero en todo lo demás intentaba competir con él. Y siempre perdía yo. No había nada que hacer: él era un chaval sobresaliente y yo era un niño 'siete y medio'. Creo que a lo largo de toda mi vida académica he sacado esa nota -7,5- en las tres cuartas partes de los exámenes que he hecho. Ni más, ni menos.

Urko, pese a ser muy callado, también era un chico, a su manera, carismático. En realidad, su principal aliciente era ser vasco y tener a Aitor de hermano mayor. Aitor era mucho más hablador y siempre venía rodeado de historias fascinantes trufadas de palabras extrañas como 'Puente de Deusto', 'Hospital de Cruces' o 'Ertzaintza'. Urko, Aitor y sus padres se habían trasladado un par de años antes desde Sestao. El padre, que originariamente era gallego -creo recordar-, se había quedado sin trabajo en los Altos Hornos de Vizcaya y la familia, vete a saber por qué, acabó trasladándose a nuestro barrio.

Parra era un niño normal. Competente jugando a las chapas y al fútbol, era también un buen aliado a la hora de meterse en líos. Los planes los ideábamos Chimeno y yo, generalmente, pero Parra era fundamental en las tareas logísticas, ya que tenía una asombrosa facilidad para conseguir -y, en su caso, fabricar- objetos indispensables, tales como petardos, balón de fútbol reglamentario, tirahuevos...

Y luego estaba Cabeza de Bombilla, que era un crío realmente extraño. Urko era poco hablador, pero Cabeza de Bombilla casi nunca decía nada. No había forma de saber nunca en qué estaba pensando; si es que estaba pensando en algo. Era más bajito que nosotros, muy delgado, estrecho de hombros y cabezón. En nuestra ilimitada crueldad de niños de 10 años, le habíamos bautizado como Cabeza de Bombilla porque tenía una gran cabeza sobre la que le crecía un pelo rubio escaso y fino que apenas podía ocultar la irregularidad de la forma de su cráneo, que se ensanchaba anormalmente por encima de las orejas. Nosotros pensábamos que era tonto... pero el caso es que estaba siempre ahí. Era algo extraño: nadie le llamaba, nadie se tomaba la molestia de irle a picar al telefonillo después de la hora de la merienda para que se bajase, nadie le dirigía la palabra en clase para explicarle que habíamos planeado hacer por la tarde. Pero, sin que tuviéramos ni idea de cómo ni porqué, Cabeza de Bombilla siempre estaba ahí.

Y también estuvo aquel día de finales de primavera en el que pasamos a la Finca. Recuerdo que aún había clases, pero hacía mucho calor y la hierba de los solares ya había empezado a agostarse. Después de haber quedado en nuestro barrio, habíamos llegado a la parte posterior de la finca, la más alejada de la carretera y colindante con un olivar descuidado y un descampado. Días antes habíamos visto un lugar por el cual, arrastrándose, uno podía atravesar fácilmente la alambrada que, por otra parte, nos parecía imposible de saltar. No lo recuerdo nítidamente, pero probablemente el agua de la lluvia de los meses anteriores había erosionado un pequeño canal sobre el suelo arenoso, a los pies de la valla, y éste era lo bastante grande como para permitirnos pasar. Según descubrimos aquello, entrar adentro de la Finca se convirtió en una obligación. No es que no nos diera miedo. Nos lo daba. Pero era una cuestión de honor.

Lo preparamos todo durante un par de días con la minuciosidad de niños de 5º de EGB. Yo dibujé sobre una hoja de cuaderno de cuadros un mapa aproximado del perímetro de la Finca, con la intención de añadir más tarde información sobre el territorio ignoto del interior. Para documentar gráficamente lo que encontrásemos allí dentro, llevaba una cámara Yashica compacta de los años '70 que me habían regalado mis padres meses antes. Parra había conseguido petardos, decía que para ahuyentar a los perros, si los hubiera. Urko pensaba que, en ese caso, era mucho mejor llevar unas salchichas, para tenerlos entretenidos. Chimeno llevaba prismáticos, una navaja y una linterna; y además iba vestido con ropa de Coronel Tapioca. Cabeza de Bombilla no llevaba nada, pero estaba ahí.

Y entramos. Sentí un escalofrío. Había cruzado mucho más que una valla. Había cruzado a otro mundo donde los colores, los olores y los sonidos eran totalmente distintos, por lo que -era de suponer- las normas, las relaciones entre causa y efecto... también debían de ser diferentes. Ese tipo de colores y sonidos yo lo asociaba a ir de excursión, es decir, con adultos. Me sentí completamente desamparado en un mundo que no me pertenecía y sobre el que desconocía todo en cuanto a sus normas y funcionamiento. Es la primera vez que sentí ese tipo de desamparo en toda mi vida. A lo largo de los veinte años siguientes he vuelto a sentirlo muchas veces y en distintas situaciones, pero aquella fue la primera.

Ni siquiera hoy, después de una reforestación, ese pinar es gran cosa. La arboleda no era demasiado frondosa y los pinos no eran muy grandes. Pero tapaban la luz del sol y amortiguaban todos los ruidos urbanos a los que estábamos habituados. Eso, unido a la imaginación de un niño de diez años, equivalía a adentrarse en otro mundo.

Andábamos despacio, intentando no hacer demasiado ruido al pisar la hojarasca. Apenas hablábamos entre nosotros. Yo hacía fotos. Chimeno y Parra escudriñaban todo con atención. Aitor blandía una salchicha en su mano. Cabeza de Bombilla caminaba dócilmente detrás de todos nosotros.

-He visto a un señor -dijo, de repente. Me dio un vuelco al corazón. Su voz me sonó extraña, aunque, a decir verdad, tampoco se puede decir que estuviese habituado a escucharla.
-¿Qué dices? ¿Dónde?
-Ahí -señaló hacia un tronco cortado.
-¿Qué dices? ¡Ahí no hay nadie! -respondió, irritado, Chimeno-. Si tienes miedo, puedes dar media vuelta y volver.

Cabeza de Bombilla, por supuesto, no dio media vuelta. Seguimos caminando un poco más, sobresaltados de vez en cuando por los graznidos de las urracas, hasta que vislumbramos el mítico chalet en medio de los pinos. Yo cogí mi mapa en blanco, calculé, de manera bastante aventurada, la posición en la que, sobre él, nos encontraríamos y señalé tanto nuestro punto de observación como la ubicación de la vivienda.

-Será mejor que nos escondamos detrás de ese arbusto -ordenó Chimeno-. Así no nos verán si hay alguien en la casa.

Nos quedamos quietos detrás del seto, que crecía en torno a una especie de canalización, y desde ahí observamos la casa un buen rato, pasándonos por turnos los prismáticos de Chimeno. No parecía que hubiera nadie. Al cabo de un rato decidimos acercarnos a la casa a mirar qué encontrábamos.

Salimos despacio de detrás del seto y empezamos a caminar. Pero en ese momento sonaron tres ruidos secos en alguna parte indeterminada del bosque. Podría ser el sonido de alguien talando con un hacha pero sólo sonó tres veces y no se volvió a oír.

-Quizá sería mejor que nos volviéramos -dijo, con tono completamente sereno, Chimeno.
-¿Qué dices? -respondí, indignado-. Yo no he llegado hasta aquí para rilarme ahora.

Había encontrado un nuevo campo para competir con Chimeno: a ver quién era más valiente. Y esa vez me parecía que tenía opciones de ganar. Me tragué el miedo que me agarrotaba el pecho y que quería salir por mi garganta. Estaba decido ha continuar hasta el final.

-yo voy a seguir hasta la casa y voy a ver que hay -dije-. El que no quiera que se vaya con su mamá. El que sea valiente que se venga conmigo.

El único que vino fue Cabeza de Bombilla.

(continuará)

1 comentario:

  1. No conocía tu blog, lo curioso es que he llegado buscando información sobre la historia del Parque Finca Liana...enhorabuena por tus relatos, me han encantado y a partir de ahora te tendré en favoritos :-)

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