martes, 1 de junio de 2010

El bus de la 1:30

Esto lo escribí en octubre del año pasado en alguno de los innumerables viajes nocturnos en autobús que me pegué entre Madrid y Bilbao o Bilbao y Madrid. Ahora casi los echo de menos y, de hecho, es probable que vuelva a hacer en breve esa misma ruta. Allá va. Si no os gusta, me da igual.

El bus de la 1:30

Todos los viajes son iguales
en el bus que sale a la una y media

El desconocido de al lado sigue siendo el mismo,
mi compañero forzoso.

Sigue en su sitio la estación de servicio
y el área de descanso.

La misma soledad
y el aire acondicionado,
demasiado frío

La voz del conductor
que dice que el cinturón es obligatorio
y, con una pausa dramática, añade:

”por favor,
abróchenselo”.
Resulta convincente.

La película,
que siempre es la misma.

Los dibujos de la tapicería, que parecen
hechos por el mismo niño de tres años

Y, siempre, aquella chica de ojos verdes.
Nunca hablas con ella.
Te aparta la mirada

y sólo queda
la intimidad de su sueño violada
por unos ojos que no volverán a verla.

Y el cielo frío en el cristal negro:
siempre me cojo ventana
para ver las montañas apagadas.

Y el asiento duro,
como un saco de dormir al que le hubieran vaciado
de sueños. Como un trozo del paisaje.

Y, debajo, el mismo planeta, redondo,
rotando bajo las ruedas
a 120 kilómetros por hora.

Este conductor va siempre muy deprisa,
pero parece un tipo de confianza.
Nuestro guía para surcar la noche.

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