Españoles:
Los jóvenes se rebelan y se enfrentan a las autoridades con piedras y fuego.
¿Son los cientos de miles de jóvenes que no pueden acceder al mercado laboral y emanciparse?
No. Son los jóvenes de Pozuelo de Alarcón, el municipio más pijo de Madrid. Se rebelan porque no les dejan hacer botellón en las fiestas locales.
Españoles: Los trabajadores montan en cólera y emprenden una huelga salvaje que paraliza el país durante dos días.
¿Son los cientos de miles de trabajadores afectados por despidos, EREs y recortes salariales y de derechos sociales?
No. Qué va. Son los trabajadores de las torres de control de los aeropuertos, que ganan más de 300.000 euros al año.
Españoles: Un canal de televisión de noticias va a dejar de emitir esta noche porque el accionariado no cree en su rentabilidad.
¿Es algún lamentable chiringuito informativo montado al calor de unas concesiones de frecuencias en TDT que huelen a distancia? (Intereconomía, 13tv, PopularTv, LibertadDigital Tv...)
No. Para nada. Es CNN+, una apuesta seria y ambiciosa por el periodismo de calidad.
Españoles: no sé si será culpa suya, mía o de que nos la vendieron ya podrida y no podemos hacer demasiado al respecto, pero el caso es que España apesta y da puto asco.
Feliz navidad.
viernes, 24 de diciembre de 2010
jueves, 16 de diciembre de 2010
Dinero
Dinero
Sergio López, 2010
Sergio López, 2010
Ya lo sé. Hay cosas en la vida más importantes que el dinero. El problema es que hace falta tener dinero para dejar de pensar en él. No quiero decir que los ricos no piensen en el dinero. Piensan en él, claro. Pero de otra manera. Si eres pobre, piensas en el dinero, sí o sí. No te queda más remedio. El dinero ocupa un espacio en tu cabeza inversamente proporcional al que ocupa en tu bolsillo. En la cabeza todo está conectado y la neurona donde almacenas la cuenta de los céntimos del dinero que no tienes está conectada con la neurona que te recuerda que tienes hijos; y ésta, con la que te dice que tienes hambre; y ésta, con la que te avisa de que tienes que pagar el alquiler; y ésta, con la que te machaca con que tu marido te ha dejado. Todos los pensamientos encadenados: ningún amigo o familiar que te pueda echar un cable. Un jefe cabrón que no te paga. Los niños, que lloráis porque no tenéis la PlayStation, porque no podéis ir al viaje a Asturias con el resto de compañeros de clase, porque vais siempre vestidos con la misma ropa. Y, en el Inem, una funcionaria borde que me explica que si me voy de mi empresa, no tengo derecho a paro. Y que si me quedo, mi jefe tiene derecho a no pagarme porque su empresa de mierda ha quebrado y está en concurso de acreedores. Y coger la carpeta de los currículos y recorrerme Madrid de arriba abajo, una y otra vez. Sus puertas cerradas, su acumulación sucia de personas sucias y sin identidad. Sus cuatro millones de paredes.
Todo ese espacio ocupaba el dinero en mi cabeza. Ya sé que no es disculpa, pero estaba obsesionada. Todos esos pensamientos encadenados estaban encadenados por el dinero. Sucio dinero. Ahora ya no tengo que pensar en él. De hecho, aquí me pagan un pequeño salario. No mucho, pero cuando salga tendré para ir tirando. Además de que comida y alojamiento no cuestan nada, claro. No pensar en el dinero es un alivio, la verdad. Pero poco, pensando en lo mucho que os echo de menos. Espero que os vaya bien sin mí.
jueves, 2 de diciembre de 2010
El Sistema
El sistema
Sergio López, 2010
-Lo siento, es el sistema, -dice ella mirando la pantalla de su ordenador. Los inexorables menús desplegables de la pantalla de su ordenador.
-¡No puede ser! -exclamo yo, alarmado-. ¿Está segura?
-Totalmente -responde-, he metido su nombre en el sistema y me dice que usted está dado de baja por incumplimiento de los términos 16.2 y 18.3/B del contrato de permanencia.
-¡Tiene que haber habido un error!
-El sistema no se equivoca.
-¿Cómo?
-El sitema dice que está usted dado de baja en el sistema. Sálgase de la cola, por favor. ¡Siguiente!
-Esto es una vergüenza.
-Deje de estorbar, ¿quiere hacer el favor? ¡Siguiente!
-¡Quiero poner una reclamación!
-En nuestra página web hay un formulario de sugerencias. Tambien puede ponerse en contacto con nuestro call center.
-¿No puede darme una hoja de re...?
-No. Le he dicho que yo no puedo hacer nada. Hable con nuestro call center. Y apártese de la cola de una vez.
-Pero...
-¡Siguiente!
Mientras le dice a la chica que va detrás de mi en la cola que me adelante, ella ha pulsado un menú desplegable de la pantalla táctil de su ordenador. Cuando me echo de ver, dos enormes agentes de seguridad me tienen cogido cada uno de un brazo y me sacan en volandas del edificio de la que hasta hace diez años se conocía como Biblioteca Nacional y ahora se llama madrid movistar Liverary!. Antes de arrojarme sobre el duro asiento trasero del coche patrulla de Securitas, uno de los dos gorilas me mira con una mirada algo así como cómplice y se disculpa:
-Lo siento, es el sistema.
domingo, 28 de noviembre de 2010
Contado Pierde - Episodio 3
Escucha aquí la tercera edición del podcast más escandaloso del momento!
http://contadopierde.blogspot.com/2010/11/episodio-3-visita-del-papa-espana.html
http://contadopierde.blogspot.com/2010/11/episodio-3-visita-del-papa-espana.html
jueves, 25 de noviembre de 2010
Solo debe quedar uno
Solo puede quedar uno
Sergio López, 2010
–Mira esta comida. Qué asco –susurró Álex, señalando el interior de la nevera– ¡Comprar en el Lidl es el paso inmediatamente anterior a coger la comida de la basura!
–Estoy harta de que siempre insinúes que mis amigos son mediocres –respondió Marta, mientras cogía cervezas del refrigerador–. ¡No son más mediocres que la mayoría! ¡No sé qué te has creído!
El novio de Marta, había accedido a regañadientes a asistir al cumpleaños que uno de los mejores amigos de ella, Carlos, celebraba en su casa de Móstoles. Era la primera vez que Álex se aventuraba en ese entorno y procuraba no tocar nada de aquella casa pequeña y decorada con pésimo gusto. Si se veía obligado a hablar con alguien, intentaba mantenerse a una prudente distancia de su aliento.
Álex era mayor que Marta. De hecho, lo era mucho más de lo que parecía a simple vista. Él había sido primero su profesor de Pensamiento Político de en la Universidad Pontificia. Después había sido el tutor de su tesis doctoral. En algún momento comenzaron a acostarse y al cabo de un tiempo que ni ellos mismos sabran precisar ya eran una pareja estable.
Álex parecía adorar a Marta, pese a que a veces ella olvidase que la mayoría es mediocre y que la mediocridad es mayoritaria (“por definición”). Y a pesar de que sabía que más pronto que tarde tendría que alejarse de ella. Siempre le acababa sucediendo lo mismo.
Marta quería a Álex, a pesar de que le pareciese un pedante y un pijo.
–¡Coge un poco más de tortilla, Álex, que no has comido nada! –ofreció Carlos.
–No, gracias –dijo Álex intentando disimular el asco que le producía esa tortilla precocinada y recalentada–. No tengo mucha hambre.
No se lo estaba pasando muy bien. Ninguna de las conversaciones de ninguno de los grupitos de invitados le producía el menor interés. La mayoría eran idénticos, pensaba, a la imagen que se había formado de ellos. El resto eran aún peores. La solución era emborracharse un poco para hacer que el tiempo pasara más rápido. El tiempo era una cosa muy relativa.
Sabía que si bebía era probable que no se cumpliera su deseo de pasar absolutamente desapercibido, pero asumió el riesgo. El quería optar por un perfil lo más discreto posible porque aparecía con cierta frecuencia en la televisión regional y no le apetecía que nadie le reconociese y le diese la tabarra. Finalmente, no pudo evitar ser uno de los dos grandes protagonistas de aquella noche.
–¿Has visto por aquí el Beefeater, Marta? Creo que voy a preparar un gin–tonic.
–En la mesita del salón –señaló–. Es decir… que conduzco yo de vuelta a Madrid, ¿no?.
–…eh, sí –algo acababa de alterar a Álex–, si no te importa. Oye –susurró–, ése de ahí, el de las patillas y la cabeza afeitada, ¿quién es?
–Es Samu, el novio de Berta –respondió Marta, con naturalidad.
–Joder. Parece un skinhead.
–Es un skinhead. Un skinhead de izquierdas. Sharp.
–¿Dónde me has metido? –preguntó Álex mientras vertía ginebra en su vaso.
–Oh. Que no te engañe su aspecto. Es un cacho de pan. Estudia arte dramático.
–Y la chica rubia con tatuajes que está a su lado…
Marta miró a Álex con suspicacia. Lo que había preocupado a Álex no era ni la ideología, ni la estética ni los brazos de Samu.
–Esa es la novia de Carlos, Emma. No la conozco demasiado.
–No pegan mucho, ¿no?
Quién es, pensó Álex. Conocía de algo a esa chica de pelo rubio oxigenado. Era delgada y llevaba unas mallas de leopardo, un montón de pendientes y una camiseta sin mangas que dejaba ver unos brazos llenos de tatuajes. Tenía la impresión de haber tratado con ella en algún lugar hacía mucho tiempo. Pero, ¿dónde? ¿cuándo? ¿Podía ser que…? No. Aquello era imposible. O, al menos, tan improbable que no merecía la pena tenerlo en consideración. Sintió un escalofrío y le dio un largo trago a su bebida. Marta notó algo raro. Él notó que ella notaba algo raro. Señaló discretamente a otro de los invitados.
–Y ese de la perilla y la cresta.
–¿Ese? Roberto. Entrenador de fútbol y miembro de una ONG que trabaja con niños de familias sin recursos.
–Vaya, que majo. Si me lo encuentro por la calle me cruzo de acera, de barrio y de término municipal.
–¡Álex!
Álex dio otro trago. A medida que bebía se hacía más patente que no conseguiría pasar desapercibido. Carlos, Berta y otros amigos de Marta mantenían una animada charla sobre sueños premonitorios. El profesor universitario les interrumpió.
–La mayoría está tan perdida que busca símbolos y señales. Pistas. Sueños premonitorios, presentimientos. También hay símbolos en la realidad que supuestamente nos dicen como hemos de actuar. La mayoría busca un orden en el caos y provoca las premoniciones. Si se rompe la pulsera que te regaló, malo. Si se pierde el anillo, malo. Si te llama justo cuando estabas pensando en ella, bueno. La pulsera, el anillo y el teléfono móvil se convierten en objetos mágicos. Es puro animismo. Puedo aseguraros que en 2.500 años no ha cambiado absolutamente nada.
Nadie dijo nada más al respecto.
–Voy a por un poco más de tarta. Está buenísima –se disculpó Marta.
El grupito se disolvió y Álex se quedó de pie con su copa en la mano. Con su pelo entrecano, sus pantalones de pinzas y su polo beige no pintaba nada entre la concurrencia. Idiotas, pensó, podría contarles historias increíbles, historias que les dejarían con la boca abierta hasta Semana Santa. Pero, bah, no se lo merecían.
Minutos después un chico de 27 años, homosexual, intentaba entablar conversación con él.
–Espero que Carlos no vaya a sacar el Sing Star –dijo, con impostada alarma–. Son un auténtico coñazo cuando se ponen a cantar.
–Lo máximo que espero de esta noche es que nadie me haya robado la chaqueta que he dejado en la habitación.
Peor fue cuando Álex se tomó su cuarto combinado alcohólico y empezó a hablar de política.
–Me niego a creer que mi voto valga lo mismo que el de un analfabeto funcional que no muestra la menor inquietud por lo que le rodea. De hecho no lo vale, todo el sistema electoral es una farsa para tener contenida a la masa. En los sistemas capitalistas el verdadero voto no son las papeletas electorales, sino el capital, intelectual y económico. La capacidad de influir económica o intelectualmente sobre los decisores o ser uno de ellos. Y ese voto está restringido a una minoría. Siempre ha sido así. Afortunadamente.
Las ideas elitistas del catedrático levantaban ya algunas ampollas en la Universidad Pontificia y en los medios de comunicación conservadores. En la fiesta de Carlos eran directamente tenidas por un insulto. Álex solía decirles a sus alumnos que él era “incluso anterior a Ortega”, cosa que estos interpretaban en sentido figurado o en tono de broma, pero que en realidad era cierto. Álex era muy anterior a Ortega.
Se dirigió al baño, pero alguien le flanqueó la entrada.
–No intentes engañarme, Alexander. Sé que eres tú.
La novia de Carlos estaba en frente de Álex, mirándole con ojos encendidos de odio.
–Sé que eres tú –repitió ella.
–Sí –Álex devolvió la mirada retadora a aquella mujer–. Vaya una sorpresa encontrarte aquí, Himilce. Pensaba que no estabas ya entre los vivos.
–Muy propio de ti y los tuyos, Alexander. Dar por muerto al enemigo antes de tiempo.
–Estamos ganando.
–Siempre estáis ganando. Lleváis ganando miles de años. Bah. Camináis triunfantes, victoria tras victoria… hacia vuestra derrota final.
–Veo que has elegido un aspecto muy adecuado a tu condición plebeya. Siempre fuiste una arrabalera. Recuerdo que en Roma vivías en el Aventino, entre las ratas. Con las putas.
–Y tú, Príncipe Alexander. ¿Qué es lo que eres tú? En Moravia empalabas a los campesinos en la puerta de tu castillo y hoy das cuartelillo teórico a los locos de la guerra preventiva y el liberalismo salvaje. Y encima eres tertuliano en Telemadrid. ¡Genocida!
–Lo de Moravia… eran otros tiempos. Si quieres hablamos de lo que hiciste tú en la Unión Soviética. Lo que me jode realmente de ti y los tuyos, Himilce, es que no queráis daros cuenta los que somos como tú y como yo somos mejores que esos campesinos. Esos campesinos no merecen tu compasión, estúpida.
–Nadie es mejor que nadie, nazi de mierda. Ni siquiera los que somos como tú y como yo. Todas las vidas valen lo mismo. Solo los locos sádicos como tú que no entienden que todas las vidas valen lo mismo merecen morir. La gente como tú sois el mal de la humanidad.
–Vosotros sí que sois una amenaza para la humanidad. Refugiados en la masa, en la mediocridad. Tenéis miedo de vuestra individualidad. Queréis que el individuo se diluya. Bah. Meter a todo el mundo en sacos y ponerles etiquetas. Eso sí que es un peligro para la humanidad. No somos iguales, Himilce. Los hombres no son iguales.
–Querrás decir los seres humanos... No, mujeres y hombres no somos iguales como individuos… afortunadamente, no me parezco en nada a ti… pero sí lo somos en derechos y deberes.
–No me vengas con cháchara del siglo XVIII. Esa historia está muy bien para contársela a los niños, pero no es verdad y, en última instancia, es nociva. Esa filosofía atenta contra la naturaleza. Va en contra lo que nos ha hecho evolucionar y no ser amebas en una charca: la supervivencia de los más fuertes.
–¡Qué idiotez! Evolucionar… si fuera por ti y los tuyos viviríamos en la Edad Media y ni siquiera los más privilegiados podríais vivir la mitad de bien de lo que vive la mayoría ahora.
–¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¿No tienes ningún otro argumento?
–Tú lo has dicho: basta de cháchara.
–Es cierto. Lo nuestro no se puede solucionar con palabras. Solo debe quedar uno de los dos.
Marta y Carlos nunca tuvieron una explicación. De repente las dos personas que habían situado en el centro de sus vidas se habían esfumado sin dejar rastro. Como hubo gente que vio a Álex y a Emma marcharse al mismo tiempo, muchos asumieron que habían decidido fugarse juntos. Una especie de aventura amorosa especialmente cruel para sus, hasta entonces, parejas. Otras personas apuntaron que les habían visto discutir en la puerta del baño, lo que aún añadía más confusión al asunto. En fin, especular es gratis. Lo único que quedó claro es que los dos desaparecieron de la fiesta y nadie volvió a saber nunca nada de ninguno de ellos. Se desvanecieron como si nunca hubieran existido. Como si más que personas, hechas de carne y hueso, fuesen solo ideas abstractas cubiertas por un poquito de piel humana. Como globos rellenos de un material muy ligero, sin peso suficiente para que la gravedad les mantuviese anclados a la realidad cotidiana. Marta y Carlos terminaron olvidándoles.
jueves, 14 de octubre de 2010
Contado pierde
www.contadopierde.blogspot.com
Contado pierde es el nombre del nuevo podcast de actualidady porno que unos amigos y un servidor (me refiero a mí mismo, no al servidor de Internet donde se aloja) hemos puesto en marcha para regocijo de las masas. Si los términos 'vergüenza ajena', 'corrección política' y 'lesa majestad' no os dicen nada, estáis cordialmente invitaros a escuchar el primer programa.
Para el segundo prometemos resolver los fallos técnicos que hemos tenido en éste, derivados de nuestra impreicia, (mal sonido, final cortado, etc.). Asimismo, prometemos no resolver ninguno de los fallos morales, fruto de nuestra pésima educacación, (mal gusto, lenguaje soez, insultos a distintos colectivos, etc.)
Contado pierde es el nombre del nuevo podcast de actualidad
Para el segundo prometemos resolver los fallos técnicos que hemos tenido en éste, derivados de nuestra impreicia, (mal sonido, final cortado, etc.). Asimismo, prometemos no resolver ninguno de los fallos morales, fruto de nuestra pésima educacación, (mal gusto, lenguaje soez, insultos a distintos colectivos, etc.)
martes, 12 de octubre de 2010
Tiempo
Hace tiempo tuve tanto miedo de perder el tiempo
(y soy tan desastre, lo pierdo todo),
que lo acabé repartiendo por ahí.
Y ahora estoy en deuda de horas y minutos contigo.
Tenía miedo de perder mi tiempo
y se lo di a otros, para que me lo guardasen.
Y ahora peleo para que me lo devuelvan
(y no es fácil).
Exijo que me devuelvan cada minuto y cada segundo
invertido en fondos de escasa rentabilidad
que no me ofrecen, ni siquiera, una esperanza
de futuro, como la que me ofreces tú.
Ahora que me he dado cuenta de que
no se puede ahorrar el presente
y que lo único que se puede almacenar es el pasado
y sólo sirve como lastre, exijo que me devuelvan mi tiempo.
No lo quiero para mí, sino para gastármelo en ti.
Para invertirlo en lo único que merece la pena.
Para darte las horas, los minutos, los segundos,
los lugares, las palabras:
el tiempo y el espacio y los poemas que no son poemas.
Porque no pienso que esté perdiendo el tiempo contigo,
sino ganándolo.
(y soy tan desastre, lo pierdo todo),
que lo acabé repartiendo por ahí.
Y ahora estoy en deuda de horas y minutos contigo.
Tenía miedo de perder mi tiempo
y se lo di a otros, para que me lo guardasen.
Y ahora peleo para que me lo devuelvan
(y no es fácil).
Exijo que me devuelvan cada minuto y cada segundo
invertido en fondos de escasa rentabilidad
que no me ofrecen, ni siquiera, una esperanza
de futuro, como la que me ofreces tú.
Ahora que me he dado cuenta de que
no se puede ahorrar el presente
y que lo único que se puede almacenar es el pasado
y sólo sirve como lastre, exijo que me devuelvan mi tiempo.
No lo quiero para mí, sino para gastármelo en ti.
Para invertirlo en lo único que merece la pena.
Para darte las horas, los minutos, los segundos,
los lugares, las palabras:
el tiempo y el espacio y los poemas que no son poemas.
Porque no pienso que esté perdiendo el tiempo contigo,
sino ganándolo.
jueves, 16 de septiembre de 2010
Cosas que no deberían estar ahí
Cosas que no deberían estar ahí
Sergio López, 2010
Tuercas en las bolsas de pipas, trazas de benceno en los snacks de patata frita, dedos humanos en las hamburguesas de una conocida cadena. El mundo está lleno de cosas que no deberían estar ahí, pero que están, como trozos de cristal en los botes de papilla para bebés. La compañía saca una nota de prensa asumiendo responsabilidades, pidiendo disculpas y anunciando una exigente investigación interna para aclarar los hechos y evitar que se vuelvan a repetir, pero, al final, lo único que queda claro es que nadie sabe cómo todas esas cosas que no deberían estar ahí llegaron ahí.
Yo lo sufro en mis propias carnes, es decir, en mi propia materia gris. Un día me desperté y tenía un microchip en el cerebro. En un principio no sabía, por supuesto, que aquello era un microchip. Simplemente me dolía la cabeza y tenía la sensación de que algo dentro de ella cortocircuitaba algunos de mis pensamientos y reconducía otros por recorridos neuronales distintos a los habituales.
Empecé a vestirme bien, busqué otro trabajo, abandoné ciertas amistades, dejé el grupo de música y vendí la guitarra. Pero no era yo el que actuaba. Era aquello, lo que fuera, lo que dictaba las órdenes dentro de mi cabeza y yo me daba perfecta cuenta de ello: mi voluntad estaba secuestrada por otros, como un avión suicida. El terrorismo necrófilo había tomado el control de mi vida y me obligaba a poner rumbo hacia el futuro.
El problema no es darte cuenta demasiado tarde de que la vida va en serio, como decía Jaime Gil de Biedma. El problema es darte cuenta. Sin más. Era eso exactamente lo que me estaba pasando desde que tenía aquello en la cabeza. Algún hijo de puta me había inoculado en el cerebro el chip de la seriedad y la trascendencia (o intrascendencia) de la vida y encima no tenía ninguna pista de quién podía haber sido, más allá de que Jaime Gil de Biedma era tío de Esperanza Aguirre y de la fotógrafa Ouka Lele.
Los dolores de cabeza me atacaban cada vez más fuerte con su ejército de afiladas premoniciones aguijoneándome una a una cada neurona, así que, al final, -y aunque tengo cierto rechazo a los hospitales-, decidí acudir a un médico.
–Pues parece que es un microchip –me informó el doctor, blandiendo untuosamente la radiografía, blapp blapp–. Está justo aquí, chaval, ¿ves? –la radiografía le hizo coro, blapp, mientras señalaba con un boli un puntito de color negro– Justo aquí, en el hipotálamo.
Aquella palabra y el blapp de la radiografía me hicieron pensar en los ríos de aguas terrosas que recorren la sabana africana en los documentales de La 2.
–¿Y cómo ha podido llegar allí? –le pregunté.
–Pues no lo sé. Lo que puedo decirte es que hoy en día no es tan raro, chaval. No es tan raro. Hay estudios que dicen que el 70% de la población acaba teniendo un microchip en la cabeza. ¿O era el virus del papiloma lo que acaba teniendo el 70% de la población en algún momento de su vida…? Espera… Bueno, es igual, pon que sea el 70%... Y me parece hasta poco.
Lo siguiente que le pregunté a aquel médico de untuoso blandir de radiografía, blapp, es si me podía quitar el microchip de la cabeza. Su respuesta fue tajante:
–No.
Al parecer, según me explicó el doctor untuoso, los microchips que se anidaban en la cabeza de uno lo hacían de tal forma que se acababan haciendo imprescindibles en el funcionamiento cerebral. Si se extraían por las bravas uno corría el riesgo de volverse bobo. Yo le dije que no me importaba volverme bobo (en caso de que no lo fuera ya, que no lo tengo tan claro), pero él me dijo que eso la Seguridad Social no lo costeaba.
De todos modos, el médico era un tipo bien majo y me dio toda una serie de contraconsejos para neutralizar parcialmente las órdenes del microchip (si os interesan, otro día os los explico). Con eso y con gin-tonics, de momento, voy tirando.
Y, hablando de consejos, la radiografía de mi cabeza vino muy bien un día que un amigo se dejó las llaves de su casa dentro. La deslizamos por la ranura de la puerta de abajo a arriba con un enérgico blapp y no hizo falta llamar al cerrajero.
viernes, 27 de agosto de 2010
Ortega y Gasset
Ortega y Gasset fue uno de los mayores pensadores españoles del siglo XX
y no le gustaba la poesía.
A Ortega y Gasset le costaba creer que alguien pudiera dedicar en serio su tiempo a leer o escribir poemas.
Quizá Ortega y Gasset y tú seáis demasiado inteligentes para la poesía.
Quizá hay un límite por encima del cual no se aprecie la poesía:
Quizá sea necesaria cierta dosis de ñoñez y cursilería
para que uno pueda leer o escribir poemas sin sonrojarse.
Quizá la inteligencia mate a la poesía
igual que el conocimiento mata al amor.
Hay quien dice que el enamoramiento se acaba cuando
se conoce de verdad quiénes son esas otras personas.
Pero, en realidad, nunca tenemos ni puta idea
de lo que hay en la cabeza
de las otras personas.
No tenemos ni idea,
por eso hay esperanza.
Por eso y porque, además,
Ortega y Gasset
era un jodido elitista.
y no le gustaba la poesía.
A Ortega y Gasset le costaba creer que alguien pudiera dedicar en serio su tiempo a leer o escribir poemas.
Quizá Ortega y Gasset y tú seáis demasiado inteligentes para la poesía.
Quizá hay un límite por encima del cual no se aprecie la poesía:
Quizá sea necesaria cierta dosis de ñoñez y cursilería
para que uno pueda leer o escribir poemas sin sonrojarse.
Quizá la inteligencia mate a la poesía
igual que el conocimiento mata al amor.
Hay quien dice que el enamoramiento se acaba cuando
se conoce de verdad quiénes son esas otras personas.
Pero, en realidad, nunca tenemos ni puta idea
de lo que hay en la cabeza
de las otras personas.
No tenemos ni idea,
por eso hay esperanza.
Por eso y porque, además,
Ortega y Gasset
era un jodido elitista.
lunes, 23 de agosto de 2010
No soy yo
No hagas caso de mis palabras:
mis palabras no son yo.
No hagas caso de mis acciones:
mis acciones no son yo.
No me hagas caso
porque yo tampoco soy yo.
mis palabras no son yo.
No hagas caso de mis acciones:
mis acciones no son yo.
No me hagas caso
porque yo tampoco soy yo.
miércoles, 18 de agosto de 2010
Ya estamos aquí
Nuestra pequeña contribución a la canción del verano...
Videoclip del tema de Proyecto Kostradamus 'Ya están aquí', perteneciente a nuestro último trabajo, un maxi-single homónimo que será en breve editado por WC Records.
Videoclip del tema de Proyecto Kostradamus 'Ya están aquí', perteneciente a nuestro último trabajo, un maxi-single homónimo que será en breve editado por WC Records.
lunes, 16 de agosto de 2010
"El arte es lo que te pasa si te quedas en Altamira más tiempo de la cuenta"
Entrevista con Akrihurait, el Imberbe, pintor rupestre
"El arte es lo que te pasa si te quedas en Altamira más tiempo de la cuenta"
Después de un merecido tiempo de reflexión y descanso vuelve a EN LA OFICINA NADIE SOSPECHA NADA Precursores, nuestra serie de entrevistas históricas. Por este espacio, dedicado a la divulgación de la vida, obra y pensamiento de aquellos que fueron verdaderos pioneros de lo suyo, han pasado hasta ahora ilustres personajes como Paramecio Jack, inventor de la reproducción sexual, el mono Ugh-ugh-ack, creador de la evolución o Kurk Uruk, descubridor del fuego. Esta vez entrevistamos Akrihurait, el Imberbe, el hombre que pintó las cuevas de Altamira.
BIO: Akrihurait el Imberbe nació en el año15.025 antes de Cristo en la actual Santillana del Mar (Cantabria). En 15.010 a. C. pintó los frescos de las Cuevas de Altamira, considerados la Capilla Sixtina del arte rupestre.
Pregunta. Existe una gran discusión entre los prehistoriadores que usted, señor Akrihurait, como autor de las pinturas rupestres que adornan la famosa gruta de Altamira, nos puede ayudar a resolver. ¿Cuál es la finalidad de su obra?
Respuesta. Repíteme la pregunta, tronco, que creo que no me he enterao.
P. Quiero decir… el objetivo. ¿Qué objetivo perseguía usted al pintar bisontes y caballos en las paredes? Los prehistoriadores no se ponen de acuerdo: unos dicen que tenían un significado religioso, dado que ustedes, supuestamente, adoraban a dioses zoomorfos. Otros mantienen que tienen un carácter propiciatorio, ya que presumen que ustedes creían que, si pintaban animales en las paredes, después habría buena caza.
R. Pues… no sé, pavo. Pon que es lo de los cloroformos, por ejemplo.
P. ¿Cómo?
R. No sé, tronco. Si tienes que poner algo pa que la peña o tu jefe o quién sea se queden tranquilos, pos pon que sí: que eran colorformos de ésos.
P. Creo que no ha entendido la pregunta.
R. Pos… la verdajquenó. Ej que te explicas como el ojete, macho.
P. A ver. La pregunta es por qué pintó usted las cuevas de Altamira.
R. Por qué. Yo qué sé. No me acuerdo, tronco. Ese día había estado mascando hojas de salvia con mis colegas y estaba to puesto, tío. Pero, vamos, supongo que básicamente las pinté porque molan mazo.
P. Porque molan…
R. Claro, pavo. A mi me mola mazo pintar. Pinto porque sí, tronco. Voy por ahí con mi caña y con mis pigmentos naturales y pinto las paredes. Porque me da la gana. Y me suda toa la polla lo que digan mis viejos.
P. O sea, que lo que le motivó no fue una finalidad espiritual, ni práctica, sino simplemente estética. Muchos piensan que lo que hizo usted en Altamira era exactamente eso: simplemente arte, una de las primeras expresiones de arte puro. ¿Cuál sería, señor Akrihurait, su definición del arte?
R. El arte… el arte es lo que te pasa si te quedas en esa cueva más tiempo de la cuenta, tronco. [Akrihurait, el Imberbe se ríe]
P. Eh… ejem. Y… ¿por qué pintó esos animales en concreto?
R. No sé, tío. Me molan mazo los visones.
P. Er… lo que hay pintado en Altamira no son visones, sino bisontes.
R. ¡Eso! Siempre los confundo. De todos modos, los bisontes son como visones, pero más grandes, ¿no?
P. En realidad no. Yo creía que en una sociedad como la suya, que vivía de la caza, era inexcusable un profundo conocimiento cinegético.
R. ¿Lo qué?
P. La caza, la caza. Yo siempre me había imaginado que usted sabría un montón sobre caza: animales, técnicas…
R. Una mierda, ¡qué va! Eso mi viejo. Yo paso de cazar. No quiero ser cazador.
P. ¿Y qué quiere ser, entonces?
R. No lo sé. Ya veré. Pero cazador no.
P. ¿Por qué ese rechazo a seguir con la tradición familiar?
R. No quiero saber nada de mi viejo. Según tú dices, lo que pinté en la cueva de Altamira lo peta mazo, ¿no? Pues… ¿te puej’ creer que me tuvo un mes castigao por haberlo pintao?
P. Vaya…
R. Ya te digo.
P. Bueno… creo que hemos terminado, señor Akrihurait. Muchas gracias por el tiem...
R. Pues chachi, tronco. Ey, ¿te apetece mascar unas hojitas de salvia? [Akrihurait saca una boslita de cuero de entre los pliegues de las pieles con las que se cubre].
P. Ehm… gracias, pero no.
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"El arte es lo que te pasa si te quedas en Altamira más tiempo de la cuenta"
Después de un merecido tiempo de reflexión y descanso vuelve a EN LA OFICINA NADIE SOSPECHA NADA Precursores, nuestra serie de entrevistas históricas. Por este espacio, dedicado a la divulgación de la vida, obra y pensamiento de aquellos que fueron verdaderos pioneros de lo suyo, han pasado hasta ahora ilustres personajes como Paramecio Jack, inventor de la reproducción sexual, el mono Ugh-ugh-ack, creador de la evolución o Kurk Uruk, descubridor del fuego. Esta vez entrevistamos Akrihurait, el Imberbe, el hombre que pintó las cuevas de Altamira.
BIO: Akrihurait el Imberbe nació en el año15.025 antes de Cristo en la actual Santillana del Mar (Cantabria). En 15.010 a. C. pintó los frescos de las Cuevas de Altamira, considerados la Capilla Sixtina del arte rupestre.
Pregunta. Existe una gran discusión entre los prehistoriadores que usted, señor Akrihurait, como autor de las pinturas rupestres que adornan la famosa gruta de Altamira, nos puede ayudar a resolver. ¿Cuál es la finalidad de su obra?
Respuesta. Repíteme la pregunta, tronco, que creo que no me he enterao.
P. Quiero decir… el objetivo. ¿Qué objetivo perseguía usted al pintar bisontes y caballos en las paredes? Los prehistoriadores no se ponen de acuerdo: unos dicen que tenían un significado religioso, dado que ustedes, supuestamente, adoraban a dioses zoomorfos. Otros mantienen que tienen un carácter propiciatorio, ya que presumen que ustedes creían que, si pintaban animales en las paredes, después habría buena caza.
R. Pues… no sé, pavo. Pon que es lo de los cloroformos, por ejemplo.
P. ¿Cómo?
R. No sé, tronco. Si tienes que poner algo pa que la peña o tu jefe o quién sea se queden tranquilos, pos pon que sí: que eran colorformos de ésos.
P. Creo que no ha entendido la pregunta.
R. Pos… la verdajquenó. Ej que te explicas como el ojete, macho.
P. A ver. La pregunta es por qué pintó usted las cuevas de Altamira.
R. Por qué. Yo qué sé. No me acuerdo, tronco. Ese día había estado mascando hojas de salvia con mis colegas y estaba to puesto, tío. Pero, vamos, supongo que básicamente las pinté porque molan mazo.
P. Porque molan…
R. Claro, pavo. A mi me mola mazo pintar. Pinto porque sí, tronco. Voy por ahí con mi caña y con mis pigmentos naturales y pinto las paredes. Porque me da la gana. Y me suda toa la polla lo que digan mis viejos.
P. O sea, que lo que le motivó no fue una finalidad espiritual, ni práctica, sino simplemente estética. Muchos piensan que lo que hizo usted en Altamira era exactamente eso: simplemente arte, una de las primeras expresiones de arte puro. ¿Cuál sería, señor Akrihurait, su definición del arte?
R. El arte… el arte es lo que te pasa si te quedas en esa cueva más tiempo de la cuenta, tronco. [Akrihurait, el Imberbe se ríe]
P. Eh… ejem. Y… ¿por qué pintó esos animales en concreto?
R. No sé, tío. Me molan mazo los visones.
P. Er… lo que hay pintado en Altamira no son visones, sino bisontes.
R. ¡Eso! Siempre los confundo. De todos modos, los bisontes son como visones, pero más grandes, ¿no?
P. En realidad no. Yo creía que en una sociedad como la suya, que vivía de la caza, era inexcusable un profundo conocimiento cinegético.
R. ¿Lo qué?
P. La caza, la caza. Yo siempre me había imaginado que usted sabría un montón sobre caza: animales, técnicas…
R. Una mierda, ¡qué va! Eso mi viejo. Yo paso de cazar. No quiero ser cazador.
P. ¿Y qué quiere ser, entonces?
R. No lo sé. Ya veré. Pero cazador no.
P. ¿Por qué ese rechazo a seguir con la tradición familiar?
R. No quiero saber nada de mi viejo. Según tú dices, lo que pinté en la cueva de Altamira lo peta mazo, ¿no? Pues… ¿te puej’ creer que me tuvo un mes castigao por haberlo pintao?
P. Vaya…
R. Ya te digo.
P. Bueno… creo que hemos terminado, señor Akrihurait. Muchas gracias por el tiem...
R. Pues chachi, tronco. Ey, ¿te apetece mascar unas hojitas de salvia? [Akrihurait saca una boslita de cuero de entre los pliegues de las pieles con las que se cubre].
P. Ehm… gracias, pero no.
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jueves, 12 de agosto de 2010
La frontera
Veo la frontera, el límite, el lugar hasta el cual puedo llegar.
Y tú estás al otro lado de ella, más allá.
Quizá no demasiado lejos, pero sí al otro lado,
más allá del check point.
“Hasta aquí puedes llegar”, me dicen esos cabrones.
A veces podemos acercarnos, cada uno a nuestro lado de la alambrada;
escucharnos y entendernos,
porque parece que se habla el mismo idioma
en nuestros respectivos territorios.
Pero otras veces no.
Hay palabras secuestradas, palabras que no llegan
y palabras que llegan al otro lado violadas y preñadas de significados bastardos.
El lenguaje, violado por la Policía de mi mente que no me deja pasar al otro lado.
Quizá nuestros dialectos no sean tan parecidos. Quizá, simplemente,
no hablemos lo suficientemente alto y claro. Hay mucho ruido.
Quizá me he quedado callado.
Quizá te has quedado callada.
O, quizá, nos empeñemos en utilizar una lengua muy antigua
que yo nunca aprendí del todo y a ti se te está olvidando.
Me gustaría entender todo tu mensaje
y, al mismo tiempo, que tú me comprendieses siempre.
Seguramente eso será imposible, pero,
en todo caso, me gusta escuchar tu voz.
Y tú estás al otro lado de ella, más allá.
Quizá no demasiado lejos, pero sí al otro lado,
más allá del check point.
“Hasta aquí puedes llegar”, me dicen esos cabrones.
A veces podemos acercarnos, cada uno a nuestro lado de la alambrada;
escucharnos y entendernos,
porque parece que se habla el mismo idioma
en nuestros respectivos territorios.
Pero otras veces no.
Hay palabras secuestradas, palabras que no llegan
y palabras que llegan al otro lado violadas y preñadas de significados bastardos.
El lenguaje, violado por la Policía de mi mente que no me deja pasar al otro lado.
Quizá nuestros dialectos no sean tan parecidos. Quizá, simplemente,
no hablemos lo suficientemente alto y claro. Hay mucho ruido.
Quizá me he quedado callado.
Quizá te has quedado callada.
O, quizá, nos empeñemos en utilizar una lengua muy antigua
que yo nunca aprendí del todo y a ti se te está olvidando.
Me gustaría entender todo tu mensaje
y, al mismo tiempo, que tú me comprendieses siempre.
Seguramente eso será imposible, pero,
en todo caso, me gusta escuchar tu voz.
lunes, 9 de agosto de 2010
domingo, 1 de agosto de 2010
Opel Kadett
Este es mi coche. Era mi coche, mejor dicho. Porque ya no es mío (eso seguro) y, además, lo mas proble es que tampoco sea de nadie más, que ya no exista como tal, sino como miriadas de piezas de recambio, adquiridas en desguaces cutres.
Una cosa que llevo años queriendo saber es cómo y dónde terminó mi coche: ¿Desguazado? ¿Incendiado después de ser utilizado como kunda? Las kundas, para quien no lo sepa, son los "taxis" de los yonkis. Cubren la ruta entre la Glorieta de Embajadores y la Cañada Real, la gran favela de Madrid, a 15 kilómetros del centro y alejada de la vista del ciudadano medio. El otro día estuvo apunto de embestirme una de ellas cuando pasaba por la calle Fray Luis de León con mi bici y se me ocurrió que sería algo bastante triste ser un ciclista atropellado por cuatro heroinómanos intentando conducir un coche robado.
He de decir que el Cuerpo Nacional de Policía no me ha ayudado para nada, hasta la fecha, a satisfacer mi curiosidad sobre el paradero final de mi coche. Un agente de la comisaría de Móstoles me aseguró que estaban buscando mi coche "por tierra, mar y aire" antes de estallar en una carcajada delante de mis narices la segunda o tercera vez que fui por allí a preguntar si se tenían noticias del vehículo, después de haber denunciado el robo.
Dentro de tres meses se cumplirán cinco años de su triste desaparición, nunca aclarada. Si alguien lo ha visto circulando por las carreteras de España durante este tiempo, agradecería que me lo comunicara. Sería muy feliz sabiendo que mi coche, el que fue mi compañero de viajes durante tres años, ha tenido una nueva vida. Aunque ya digo que veo bastante imposible que el coche acabara intacto. Si alguien ha adquirido un repuesto de Opel Kadett en estos últimos años, que piense que bien puede estar llevando con su coche un trocito del mío.
En definitiva, si alguien sabe algo de mi coche, que me lo diga: sería importante para mí. Recuerdo viajes legendarios por carreteras de mierda en los que invariablemente alguno de mis acompañantes en el asiento de atrás se empeñaba en encenderse un porro justo cuando nos cruzábamos con un coche patrulla. Desde entonces no he vuelto a tener coche. O, mejor dicho, no he vuelto a tener dinero para tener coche. A los pocos meses del robo me fui a vivir de alquiler a Madrid. Y hasta ahora.
Con mi opel Kadett recorrí las carreteras nacionales y secundarias de España sin aire acondicionado, ni airbag ni cinturones de artás, ni miedo a nada, excepto a que la Guardia Civil nos parase. Era una época loca que se acabó cuando me robaron el coche. Igual me hicieron un favor. Ahora no conduciría habiendo bebido, ni me saltaría el límite de velocidad, ni tendría sexo sin precauciones en el asiento de atrás. Ahora tengo demasiado miedo para hacer cosas, es decir, soy responsable, es decir: soy mayor, he madurado... pero, paradójicamente, no tener coche me hace sentirme menos maduro que entonces.
Una cosa que llevo años queriendo saber es cómo y dónde terminó mi coche: ¿Desguazado? ¿Incendiado después de ser utilizado como kunda? Las kundas, para quien no lo sepa, son los "taxis" de los yonkis. Cubren la ruta entre la Glorieta de Embajadores y la Cañada Real, la gran favela de Madrid, a 15 kilómetros del centro y alejada de la vista del ciudadano medio. El otro día estuvo apunto de embestirme una de ellas cuando pasaba por la calle Fray Luis de León con mi bici y se me ocurrió que sería algo bastante triste ser un ciclista atropellado por cuatro heroinómanos intentando conducir un coche robado.
He de decir que el Cuerpo Nacional de Policía no me ha ayudado para nada, hasta la fecha, a satisfacer mi curiosidad sobre el paradero final de mi coche. Un agente de la comisaría de Móstoles me aseguró que estaban buscando mi coche "por tierra, mar y aire" antes de estallar en una carcajada delante de mis narices la segunda o tercera vez que fui por allí a preguntar si se tenían noticias del vehículo, después de haber denunciado el robo.
Dentro de tres meses se cumplirán cinco años de su triste desaparición, nunca aclarada. Si alguien lo ha visto circulando por las carreteras de España durante este tiempo, agradecería que me lo comunicara. Sería muy feliz sabiendo que mi coche, el que fue mi compañero de viajes durante tres años, ha tenido una nueva vida. Aunque ya digo que veo bastante imposible que el coche acabara intacto. Si alguien ha adquirido un repuesto de Opel Kadett en estos últimos años, que piense que bien puede estar llevando con su coche un trocito del mío.
En definitiva, si alguien sabe algo de mi coche, que me lo diga: sería importante para mí. Recuerdo viajes legendarios por carreteras de mierda en los que invariablemente alguno de mis acompañantes en el asiento de atrás se empeñaba en encenderse un porro justo cuando nos cruzábamos con un coche patrulla. Desde entonces no he vuelto a tener coche. O, mejor dicho, no he vuelto a tener dinero para tener coche. A los pocos meses del robo me fui a vivir de alquiler a Madrid. Y hasta ahora.
Con mi opel Kadett recorrí las carreteras nacionales y secundarias de España sin aire acondicionado, ni airbag ni cinturones de artás, ni miedo a nada, excepto a que la Guardia Civil nos parase. Era una época loca que se acabó cuando me robaron el coche. Igual me hicieron un favor. Ahora no conduciría habiendo bebido, ni me saltaría el límite de velocidad, ni tendría sexo sin precauciones en el asiento de atrás. Ahora tengo demasiado miedo para hacer cosas, es decir, soy responsable, es decir: soy mayor, he madurado... pero, paradójicamente, no tener coche me hace sentirme menos maduro que entonces.
miércoles, 28 de julio de 2010
Lastre
Cada vez que quieras
salir volando por la ventana estaré allí, lastre de tu voluntad,
para recordarle a la gravedad
que tiene que tirar de ti hacia abajo
a nueve metros por segundo y dejarte chafado
contra el suelo, a mi lado. ¿Recuerdas
que una vez me pediste que no me fuera?
te hice caso. Al final me quedé y puedes verme dibujada
en esas líneas retorcidas de tu cerebro
y en cada uno de los espejos enfermos
que hay en tu habitación
y me ves siempre que te asomas
y ya no te gusto
y ya no te gustas
salir volando por la ventana estaré allí, lastre de tu voluntad,
para recordarle a la gravedad
que tiene que tirar de ti hacia abajo
a nueve metros por segundo y dejarte chafado
contra el suelo, a mi lado. ¿Recuerdas
que una vez me pediste que no me fuera?
te hice caso. Al final me quedé y puedes verme dibujada
en esas líneas retorcidas de tu cerebro
y en cada uno de los espejos enfermos
que hay en tu habitación
y me ves siempre que te asomas
y ya no te gusto
y ya no te gustas
lunes, 26 de julio de 2010
Las cosas claras
Las cosas claras
Sergio López, 2010
Al taxista le gustaba Peñaranda de Bracamonte, eso estaba claro. Varias pegatinas en la parte trasera de su vehículo proclamaban, con distintos colores y tipografías de mal gusto, su oriundez. La reiteración del sonoro nombre de aquel pueblo salmantino certificaba que al taxista le gustaban las cosas claras y que él no era de ningún otro sitio, como Consuegra, Hellín o Baños de Ebro. Al taxista le gustaban las cosas claras y le gustaba escuchar una emisora de radio en la que, según él, decían las cosas claras… aunque, en realidad, aquella emisora sólo escupía basura fascista. Pero eso no viene al caso. El caso es que al taxista le gustaban las cosas claras. Y, además, resultó ser un filósofo.
–Me dijo usted que iba a la calle Embajadores. ¿No? –dijo al cabo de llevar un rato en silencio escuchando su emisora favorita de basura fascista.
–Sí. –dije yo. Era un sí impregnado de nerviosismo. Llegaba tarde. Demasiado tarde.
–¿Exactamente a que altura?
–Déjeme por la glorieta.
–Pero, exactamente, ¿en que parte de la glorieta? En la Glorieta de Embajadores se cruzan la calle Embajadores y las Rondas de Atocha y de Toledo.
–Pues no sé. Donde le venga mejor a usted.
–A mí me viene bien donde a usted le venga bien.
–Pues donde tardemos menos en llegar. A mí me viene bien lo que sea más rápido. No llego a tiempo.
–¿No llega a la hora?
–No. No llego a la hora.
–Haber empezado por ahí. ¿Cuál es el problema? ¿Que llega antes de la hora o que llega después de la hora?
–Pues… –aluciné pepinillos con la pregunta– pues, que llego después de la hora, claro.
–Entiendo. Si llegase usted antes de la hora, no sería un problema.
–No señor.
–¿A qué hora debería usted llegar?
–A las siete en punto.
–Pero ya son las siete y diez.
–Ya lo sé. No llego a la hora, ya le digo. Por eso he cogido un taxi en vez del metro, pero ya veo que ha sido un error. Con el tráfico que hay, nos deben quedar otros diez minutos.
–Es que tenía que haber empezado por decirme que usted quería ir a la Glorieta de Embajadores a las siete en punto.
–Y eso, ¿de qué hubiera servido?
–Eso, caballero, lo hubiera cambiado todo. Es evidente que para usted no es lo mismo llegar a las siete que a las siete y vente. Si no, no estaría sudando como está sudando.
–Obvio. Pero sigo sin ver…
–Usted llega tarde a una cita. Usted considera que esa cita es su última oportunidad para arreglar algo, pero está llegando tarde. Teme haber perdido la oportunidad de haber arreglado las cosas antes incluso de haber tenido la ocasión de explicarse. Todo por un desajuste entre su percepción subjetiva del tiempo y la velocidad a la que se mueven las agujas del reloj del mundo. Esa sensación de que las cosas le suceden justo en el momento menos oportuno…
–¿Cómo sabe todo eso? –busqué la mirada del taxista en el espejo retrovisor y encontré dos ojos vulgares que se perdían en el tráfico y que eran sostenidos por una nariz y un bigote vulgares. Joder. ¿Cómo podía saber todo eso?
–Tenía que haber hablado claro desde el principio, caballero. Tenía que haber dicho que quería que le llevase hacia a la Glorieta de Embajadores en el espacio y hacia las siete de la tarde en el tiempo.
–¿Cómo?
–Quizá también es que yo no se lo pregunté de forma clara. Es verdad, lo siento. Le pregunté adónde quería ir, pero no a cuándo.
–Pero, ¿se ha vuelto loco? ¿Qué pasa? ¿Es qué ahora los taxistas pueden viajar en el tiempo?
–Por supuesto.
–Me está tomando el pelo. Lo último que necesito ahora es que me tomen el pelo. Mire, me bajo aquí.
–No le tomo el pelo. Intento hablar claro, simplemente. Usted intenta aferrarse a un momento espacio-temporal y yo le digo que este taxi viaja en el tiempo.
–Pues lléveme al pasado, entonces. A las siete de la tarde.
–¿Por qué no al futuro?
–Váyase a la mierda.
–Entiendo su enfado. Las cosas claras: el futuro nos da miedo. El presente es la vida y el futuro, en última instancia, la muerte. Intentamos aferrarnos al presente, a aquello del presente que nos es grato, que nos hace feliz, que creemos que nos completa: por eso la posesión, por eso los celos, el ahorro, el capitalismo, el comunismo... todo mecanismos para intentar almacenar el presente. Ineficaces, por cierto: no se puede hacer acopio del tiempo presente. El tiempo es lo único que no nos sobra. A menor o mayor velocidad, todos nos dirigimos hacia el futuro.
–¿Me puede explicar qué me quiere decir con todo esto?
–Que al único sitio adónde no le puedo llevar es al pasado. Nadie puede, lo dijo Einstein. El pasado sólo existe cómo una impresión en nuestras neuronas.
–Pues déjeme en el presente, entonces –le rogué al taxista–, quiero quedarme en el presente.
El muy cabrón al final me llevó al futuro y, encima, me cobró lo mismo.
miércoles, 14 de julio de 2010
La patria es una camiseta
Sudáfrica 1995. Los Springboks, el combinado de Rugby de la minoría blanca juega bajo la bandera de la nueva Suráfrica de Nelson Mandela. En principio, ni los blancos se identifican con la bandera ni los negros con el equipo, pero los Springboks ganan el mundial y se convierten en el símbolo de todos. Unos y otros se enfundan en la vistosa bandera surafricana y aprenden a recitar la alineación de la selección nacional y los versos en xhosa, zulú, afrikáner e inglés del hermoso himno nacional sudafricano, Nkosi sikele iAfrika.
Sudáfrica 2010. El Barça juega bajo la bandera de España y gana la copa del mundo (jojojo). La historia se repite: jolgorio y trapos de colores que se convierten en lo único que une y que puede unir a gente de muy distinta condición social y forma de pensar.
Nelson Mandela y Vicente del Bosque, --que comparten el hecho de tener cara de buenas personas y haber hecho cosas en la línea de demostrar que, además, lo son--, nos enseñan una gran lección: hoy en día, las patrias, las naciones... son una camiseta y nada más que una camiseta. Y menos mal. Mucho más que esencias étnicas, ideológicas o culturales, la patria en el mundo posmoderno es un icono pop. Una camiseta y un eslogan... nada de batallas, mártires o catecismos que son, al mismo tiempo, más aburridos y más peligrosos.
Ha habido algo que me ha emocionado de estos días de delirio colectivo tras la victoria incuestionablemente merecida de la Selección Española en el Mundial. Me he emocionado, pero no porque me sienta especialmente orgulloso de la hazaña deportiva (lo disfruté mucho como espectáculo, pero sin más), y mucho menos me emociona el despliegue de simbología nacional en las facha-das. Estos días me he emocionado porque creo que lo que ha sucedido es lo contario a una exhibición nacionalista: me he emocionado por ver que España (mi país, que antaño fuera un lugar opresivo, de vergonzantes estereotipias raciales y culturales) puede ser hoy simplemente una camiseta que le vale igual a un senegalés que a moldava que a uno de Barcelona que, por otra parte, es transexual.
Yo vi el partido en la casa de un amigo en la zona de Alvarado, la pequeña República Dominicana de Madrid. Salimos y una gigantesca fiesta copaba todo ese tramo de la calle Bravo Murillo. Bailaban juntas personas de como veinte nacionalidades distintas y todas ellas enfundadas en trapos rojigualdas. Un niño oriental que iba o venía junto con su familia me envolvió en la gigantesca bandera que llevaba y gritó "¡viva España!". No me quedó más remedio que responder "¡Viva!".
Sudáfrica 2010. El Barça juega bajo la bandera de España y gana la copa del mundo (jojojo). La historia se repite: jolgorio y trapos de colores que se convierten en lo único que une y que puede unir a gente de muy distinta condición social y forma de pensar.
Nelson Mandela y Vicente del Bosque, --que comparten el hecho de tener cara de buenas personas y haber hecho cosas en la línea de demostrar que, además, lo son--, nos enseñan una gran lección: hoy en día, las patrias, las naciones... son una camiseta y nada más que una camiseta. Y menos mal. Mucho más que esencias étnicas, ideológicas o culturales, la patria en el mundo posmoderno es un icono pop. Una camiseta y un eslogan... nada de batallas, mártires o catecismos que son, al mismo tiempo, más aburridos y más peligrosos.
Ha habido algo que me ha emocionado de estos días de delirio colectivo tras la victoria incuestionablemente merecida de la Selección Española en el Mundial. Me he emocionado, pero no porque me sienta especialmente orgulloso de la hazaña deportiva (lo disfruté mucho como espectáculo, pero sin más), y mucho menos me emociona el despliegue de simbología nacional en las facha-das. Estos días me he emocionado porque creo que lo que ha sucedido es lo contario a una exhibición nacionalista: me he emocionado por ver que España (mi país, que antaño fuera un lugar opresivo, de vergonzantes estereotipias raciales y culturales) puede ser hoy simplemente una camiseta que le vale igual a un senegalés que a moldava que a uno de Barcelona que, por otra parte, es transexual.
Yo vi el partido en la casa de un amigo en la zona de Alvarado, la pequeña República Dominicana de Madrid. Salimos y una gigantesca fiesta copaba todo ese tramo de la calle Bravo Murillo. Bailaban juntas personas de como veinte nacionalidades distintas y todas ellas enfundadas en trapos rojigualdas. Un niño oriental que iba o venía junto con su familia me envolvió en la gigantesca bandera que llevaba y gritó "¡viva España!". No me quedó más remedio que responder "¡Viva!".
martes, 13 de julio de 2010
Las mejores palabras
Debería quedarme callado:
las mejores palabras son las que no digo.
Soy mejor en silencio que en significado.
Puedes imaginarte que mi silencio significa algo,
por oposición. Puedes llegarte a creer lo que no soy,
y yo no diré nada, para que sigas creyendo
que aún me quedan palabras.
Debería quedarme callado
y no contaminar con el CO2 asqueroso
de mis sílabas el poco aire que nos queda.
Cualquier cosa que diga revelará la mala ortografía de mis pensamientos,
los vicios, los renglones torcidos y, por supuesto, será utilizado en mi contra
Debería quedarme callado y no forzarte a que me eches de una vez de tu cuarto.
Si hablo, igual digo un conjuro al revés y desaparezco.
No dejes que hable. Baja las persianas de tu cuarto y no dejes que hable.
Abrázame, y protégeme de los agresivos ruidos de la mañana, del sol y de mi propia voz.
las mejores palabras son las que no digo.
Soy mejor en silencio que en significado.
Puedes imaginarte que mi silencio significa algo,
por oposición. Puedes llegarte a creer lo que no soy,
y yo no diré nada, para que sigas creyendo
que aún me quedan palabras.
Debería quedarme callado
y no contaminar con el CO2 asqueroso
de mis sílabas el poco aire que nos queda.
Cualquier cosa que diga revelará la mala ortografía de mis pensamientos,
los vicios, los renglones torcidos y, por supuesto, será utilizado en mi contra
Debería quedarme callado y no forzarte a que me eches de una vez de tu cuarto.
Si hablo, igual digo un conjuro al revés y desaparezco.
No dejes que hable. Baja las persianas de tu cuarto y no dejes que hable.
Abrázame, y protégeme de los agresivos ruidos de la mañana, del sol y de mi propia voz.
jueves, 1 de julio de 2010
Rock'n'roll aptitud
Una cosa que me fascina es cómo muchas veces nuestras aptitudes van por un lado y nuestras elecciones, lo que queremos hacer con nuestra vida, van por otro completamente diferente. Cuando yo era crío se me daba muy bien dibujar y moderadamente bien escribir. Y lo que se me daba rematadamente mal era la música. Pero en un momento dado se me metió en la cabeza que quería tocar la guitarra y componer canciones. Y ahí sigo, dedicándole tiempo y esfuerzo a algo para lo que seguramente no soy lo suficientemente apto, pero que por algún motivo me llena como nunca me llenó dibujar.
Me viene todo esto a la cabeza pensando en la canción inédita que os pongo aquí arriba. ‘Mezclar agua con sed’, de Extremoduro. Roberto Iniesta (el líder y compositor de Extremoduro) ha nacido para escribir esta canción –y no, por cierto, una novela– y no lo sabe. O no quiere saberlo.
Este corte me parece con mucho la mejor composición de Extremoduro después de que tocaran techo con Agila en 1996. Sin embargo, por alguna razón nunca fue editada y sólo tenemos de ella una versión miserable: la grabación de un directo con un sonido bastante pobre.
Es un descarte. Incomprensiblemente, cuando la banda del de Plasencia grabó ‘Yo, minoría absoluta’, en 2002, la dejó fuera para meter cosas tan ridículas como ‘Menamoro’. En 2008, este tema se volvió a quedar fuera de ‘La Ley innata’.
Lo peor de todo, lo más injusto, es que en el intervalo de tiempo que va entre estos dos discos, seis años, Roberto Iniesta escribió una novela que sí se ha publicado.
Me siento casi obligado a dar explicaciones de por qué me leí la novela de Robe, si sabía de antemano que iba a ser mala y cuando hay un millón de libros fundamentales que no he leído. El caso es que empecé a hojearla por curiosidad en una biblioteca y me la terminé llevando a casa. Lo mejor y lo peor que puedo decir del libro, (que lleva el cursi título de ‘El viaje íntimo de la locura’) es que empieza aguantando de forma bastante digna y prometedora antes de venirse abajo de forma abrupta y estrepitosa hacia la mitad.
Por eso me lo llevé a casa: esperaba leer obviedades y prosa poética de la mala, pretenciosa e insustancial, y durante los primeros capítulos lo que hay es un lenguaje que se deja leer muy bien, que encuentra el punto justo entre lo coloquial y lo informalmente lírico, y una historia que avanza un poco a trompicones por los caminos abiertos por el realismo mágico, pero que parece que te lleva a algo que hace que quieras seguir pasando páginas. Luego se va todo a la mierda: la historia sí que conducía a la obviedad más absoluta y el lenguaje cada vez se vuelve más hueco. Es lo peor que le puede pasar a un libro y, de hecho, es el peor libro que he leído entero después de uno de ciencia-ficción llamado 'El resurgir de la Atlántida', que me leí hace años. Los dos, por lo menos, se leían rápido.
Por cierto, si quieren leer algo bueno y molón, lean a Hari Kunzru. Cualquier cosa de él. ¡Viva Hari Kunzru! ¡Viva Kureishi! ¡Vivan los escritores británicos de raíces pakis!
El caso es que Robe, porque es Robe y porque se ha forrado a vender discos, ha podido sacar un libro saltándose los filtros habituales del mercado editorial y que hacen que a día de hoy permanezcan inéditas un millón de novelas mucho mejores que la suya. Pero, de todos modos, el que el músico extremeño no hubiera publicado su libro no habría significado que un novelista de verdad sí lo hubiera hecho con el suyo. Así las cosas, nada que objetar. Lo único que quiero aportar es esta reflexión: el dinero puede pagar muchas cosas, pero parece que no paga el estar rodeado de amigos con criterio que te digan: tío, tu novela no es que sea una mierda. No del todo, vamos. Escribe otras dos y, a lo mejor, la cuarta ya es digna de publicarse. Entre tanto haz un favor a la humanidad y dedícate a lo tuyo: compón canciones y, sobre todo, graba en condiciones ‘Mezclar agua con sed’.
Mezclar agua con sed. Extremoduro (Inédita)
Como limones
sus recuerdos son como limones
que a mordiscos me he comido enteros
y ahora ya no tengo sensaciones.
Como alimento
me sirve tu palabra y de tu aliento
salen las revoluciones,
poeta, haz volar nuestros corazones.
Que todo lo que quiero y más cabe en la frase que me haga sentirme bien
y que me llene de fuego hasta el rincón mas apagado de la piel.
Mezclar agua con sed
Como aguijones
clavados en el centro de una herida
llevo todas sus despedidas
y olvido de la vida los valores.
Como cemento
me sirven tus palabras si no tengo
columnas donde apoyarme
que no sean de aire lleno de silencio.
Que todo lo que quiero y más cabe en la frase que me haga sentirme bien,
que me levante del suelo, y me recuerda que aun queda por hacer
Mezclar agua con sed.
Cuéntame el antídoto que guarda de las setas el veneno,
porque ando tan perdido que me como todo lo que hay por el suelo.
Con pies de plomo,
vuelvo a la vida desde el abandono
tengo tan dura la cabeza
que tropiezo más de dos veces con todo.
Abre la puerta
y deja que entre la naturaleza
y ahora que ya no estás solo
verás como te coge miedo el lobo
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miércoles, 30 de junio de 2010
Hago lo que puedo
Es muy malo, pero es lo que hay.
Hago lo que puedo.
Hago lo que puedo.
Hago lo que puedo
Sergio López, 2010Estoy intentando domesticar
mis fantasmas
pero no me sale: no soy lo bastante
difícil,
y he vertido,
encima de tu vestido nuevo,
mi copa de vino agrio y mediocre.
Y les he decepcionado a todos:a los camareros, a mis acompañantes,
incluso a la banda
(que ha parado de tocar).Y te he decepcionado a ti,
que sales corriendo del bar,
otra vez,
fingiendo una excusaindulgente.(Por lo menos no me mientas).
Puedes salir corriendo,Puedes quedarte con tus orgasmos,
con tu sonrisa inhumana,
con los sueños premonitorios,
con tus vestidos horrorosos,
con tu sudor y con tu perfume,
y dejarme a mí solocon mi borrachera de mí mismo,clausurarme, de una vez por todas,
e insultarme (aunque tú creas que no me insultas),
diciéndome que, al menos,
hice lo que pude.
Sí. Hago lo que puedo
pero es muy poco,por lo que parece,
y cada vez será menos.
Cada vez seré menos difícil y más viejo,mayor y más yo.Seré una dosis cada vez más purade mi propia esencia
y aunque intento rebajarme con alcohol,
seguiré oliéndote a vino agrio y mediocreen tu vestido
(que ya no será nuevo).
sábado, 26 de junio de 2010
Los orgasmos simultáneos están sobrevalorados
Espero que este relato atraiga visitantes al blog. Lo digo por el título y eso...
Los orgasmos simultáneos están sobrevalorados
Sergio López. 2010
Él no estaba a la altura. No podía dejar de pensar que él no estaba a la altura. Ni del hotel, ni del restaurante del hotel, ni de la cena que servían en el restaurante del hotel.Y, por supuesto, no podía dejar de pensar que él no estaba a la altura de la mujer que le miraba con unos ojos inquisitorialmente grandes y azules desde el otro lado del estupendo carpacio de pez-espada marinado al aceite de lima y tomate, aún intacto sobre el plato. Desasosegado, se llevó un trozo de aquella cosa blancuzca y cruda a la boca.–Vaya. Esto está buenísimo –dijo genuinamente sorprendido–, el… éste, el…–Carpacio –respondió ella secamente, con su mirada inquisitorial y azul.–Eso, –completó él, azorado– el… carpacio.–¿Cuál dirías tú que es tu plato favorito? –ella forzó una sonrisa para acompañar el signo de cierre de interrogación.–Uf. No lo sé. ¡Qué difícil! Me gusta muchísimo el shushi. Esto me recuerda al sushi. Pero, si tuviera que decidirme por algo, creo que diría que la cosa que más me gusta del mundo son las croquetas. Sí. Las croquetas del día anterior. Frías.–Ja ja ja. Muy cierto. Una delicatessen. A mi me encantan también, aunque no tanto como la paella del día anterior.Esto había funcionado. Ella se había reído con la ocurrencia. Él había dicho algo espontáneo por primera vez en toda la noche y ella había bajado la guardia y se había reído.Antes de eso, él ya se había inventado un par de viajes que no había hecho y había asegurado haber visto varias películas que no había visto en realidad, pero todo eso a ella –que, aún contando como buenas las trolas de él, había viajado más y había visto muchas más películas- no le había impresionado en absoluto.Él, sin embargo, despreció su éxito con las croquetas frías y siguió fabulando acerca de un trabajo bastante más interesante del que tenía en realidad y bastante menos interesante, de todas formas, del que tenía ella. Ella era la dueña y gerente del hotel, del restaurante del hotel y del carpacio de pez-espada.El estado de inseguridad rayana en la histeria de él lo estaba registrando ella como algo distinto a lo que en realidad era. Lo que ella captaba era, sobre todo, la cobertura de estúpida petulancia con la que él tapaba su complejo de inferioridad. Esa cobertura era lo que a él le había salvado hasta ahora. Los hombres inseguros no son nada, nada, atractivos, pero los idiotas petulantes por lo menos pueden servir para echar un polvo.Por supuesto, ella también tenía miedos y dudas. Pero, desde luego, no eran los de él. Él siempre tenía miedo a no estar a la altura y ella justo lo contrario: sabía que era inteligente y sabía que era atractiva y estaba obsesionada por rodearse de estímulos (eso eran los demás, en cuanto a parte del mundo sensible, estímulos) que no disonaran con su propia excelencia.Durante toda su vida, todas las personas/estímulos que habían estado a su alrededor, empezando por su familia, le habían confirmado que ella era especial y que tenía unas cualidades excepcionales. Ella, ayudada del dinero y la seguridad en sí misma que le habían proporcionado esas personas/estímulos, supo siempre aprovecharlas.***¿Cómo habían llegado dos personas tan distintas, un inseguro patológico y una egomaniaca, a compartir mesa en el restaurante del hotel que gestionaba la última? La razón fue algo que había acontecido exactamente hacía una semana. Aquello se desarrolló en los siguientes términos:-Sí. Sigue. Sigue. Sigue. Sigue. Ah. Sigue. Sigue. Sigue. Sigueeeeeee –ella alargó la ‘e’ del último sigue en un grito que adoptó la calidad de tres de las otras cuatro vocales antes de extinguirse en un estertor entre ronco y nasal.-Mphhhhhhhhhhh (o algo semejante) –respondió él, mientras le estrujaba los glúteos y le daba empellones con sus caderas cada vez más fuertes.-Joder. ¡Vas a hacer que me corra! Sigue así. Ahgh.-Sí. Sí. Oh.-¡Qué buenooo! Sí. Sigue. Sigue.-Joder. Sí. Jodeeeer. Sí. Aaaaarghhh.-Me corro. Me corroooooooooooooo.-Yo tamb… aaaaaaaaaaaaaaaaaahién-Oye –dijo ella al cabo de un buen rato de mirar ambos al techo mientras calmaban, poco a poco, sus agitadas respiraciones–, esto que nos acaba de pasar no es nada fácil. A mí, por lo menos, no me ha pasado nunca la primera vez que me he acostado con un tío. Al primer polvo, nunca.-A mí tampoco. No. Es una cosa que me cuesta bastante al principio. Que creía que necesitaba más compenetración. No sé. Conocerse un poco más.-Qué bien, ¿no?-Er… sí –acertó a decir él instantes antes de que ella metiera la lengua en su boca y le rodeara con sus brazos, queriendo afirmar su posesión sobre ese hombre que le proporcionaba estímulos excelentes y simultáneos. Un hombre que la follaba como ella se merecía.Así fue como ella y él convinieron que no eran sólo dos adultos que habían consentido en pasar una velada de sexo casual a las poco más de dos horas de haberse conocido casualmente en la fiesta de un chiringuito de la playa, sino que eran dos adultos que tenían una conexión única y especial: dos adultos que tenían orgasmos simultáneos a la primera. A la primera, a la segunda y a la tercera.Él ahora recordaba ahora esa noche casi como un sueño. Aquella primera noche en una habitación de aquel mismo hotel había tenido ya la sensación de que no debería estar ahí. Que aquello era demasiado bueno para él. Que no se lo merecía. Quizá, por eso ahora le costaba recordar los detalles y aquello le venía a la cabeza como en un sueño.Sin saber muy bien por qué, él había dejado de observar como ella se comía su vichyssoise. Sentía una repentina melancolía y miraba por uno de los ventanales del restaurante, hacia el horizonte impreciso que separaba el negro del cielo nocturno del negro del mar. ¡Qué negro estaba el mar! No le apetecía seguir inventando historias. ¡Que se currase ella algo! Era una lástima que sus cuerpos se entendieran tan bien y sus cerebros tan mal.Sus cuerpos encajaban a la perfección. Eran sus mentes las que no estaban a la altura. Estaba claro que a ella no le atraería nunca un simple vendedor de inmobiliaria que, ante la amenaza del desempleo, había consentido en trasladarse desde su ciudad natal al Mediterráneo. Pero tampoco le atraía demasiado el técnico del ministerio de Medio Ambiente, Rural y Marino que él había inventado para ella (ni la catalogación de las especies protegidas en el ámbito de las cercanas salinas en la que, supuestamente, trabajaba). Para ella, él tenía escrita la palabra fracaso en todas las partes de su cuerpo, menos en una.¿Y a él? ¿Le gustaba realmente esa mujer narcisista e implacable? Sí. O eso creía. Quizá no. Con la gente tan insegura es difícil saber. Ella, sobre todo, le daba miedo y no sabría decir si ella le daba miedo porque le gustaba o le gustaba porque le daba miedo. Probablemente fuera lo segundo.Él, al igual que ella, se sentía presionado por lo único que compartían: la capacidad de obtener orgasmos simultáneos y cuotas de placer erótico muy superiores a las que habían tenido con cualesquiera de sus otras parejas. Era una enorme responsabilidad aquello. El problema es que no sabían qué hacer con ella y además les desconcertaba que esa compatibilidad no se manifestase en ningún otro aspecto de sus formas de ser.Los dos estaban pensando en cómo poner fin a la insatisfactoria cena, dejar de perder el tiempo y subir lo antes posible a la habitación para tener nuevos orgasmos simultáneos cuando el chillido de cristal de doce ventanales rompiéndose simultáneamente en miles de pedazos los empujó al suelo.Las luces se apagaron y, antes de que tuvieran tiempo de levantarse, las negras aguas del Mediterráneo nocturno ya cubrían sus cuerpos. Por fin él pudo precisar donde estaba la línea del horizonte: estaba sobre ellos dos, el horizonte les estaba pasando por encima. Los dos fueron arrastrados hacia la cocina por la fuerza incomprensible de la ola del tsunami, junto con el resto de comensales y enseres del salón-comedor. Lo último que pensaron los dos, mientras sufrían el impacto de toda clase de objetos precipitándose a gran velocidad contra ellos a través del medio líquido y mientras sus pulmones se encharcaban, fue que los dos habían perdido la última hora de sus dos vidas con otra persona con la que no tenían nada que ver y que, en realidad, no les satisfacía para nada.Los orgasmos simultáneos están sobrevalorados.
sábado, 19 de junio de 2010
España para extraterrestres
España: El término España se refiere tanto a una marca que comercializa cárnicos porcinos como a un Estado del Planeta Tierra.
Embutidos España, SL lleva 20 años ofreciendo a sus clientes embutidos y jamones de máxima calidad y basa su éxito en nuevos productos y sus innovadoras prestaciones que les hacen destacarse de la competencia.
El Estado llamado España ocupa la mayor parte del desierto que se extiende al Sur de los Pirineos. Tras muchos años de duro trabajo por parte de sus habitantes, algunas regiones costeras del Norte de España han conseguido equipararse, si bien parcialmente, a los estándares de habitabilidad, salubridad, higiene y educación del resto de Europa. Esas mismas regiones afirman que ya no son España.
Está muy lejos de existir acuerdo entre los terrícolas sobre qué es España además de un Estado. (¿Estado nación? ¿Estado plurinacional? ¿Federación encubierta?). En el pasado se solía decir que España era una Unidad de Destino en lo Universal. Ahora hay más consenso en torno a la idea de que España es una Unidad de Despido en lo Universal.
La forma de Gobierno de España es la Monarquía. Por lo que hemos podido averiguar, parece ser que el Monarca regresó en 1975 desde algún lugar indeterminado montado en moto y ataviado con un casco negro; asesinó al dictador que regía España hasta entonces con una escopeta recortada y se instaló en el trono. Desde entonces la vida en España ha mejorado en todos los órdenes, aunque se observan carencias. Por ejemplo, desde el punto de vista de los autores de la Guía del Autoestopista Galáctico, resulta inconcebible e intolerable que ningún Gobierno español haya decidido aún volar por los aires varias de sus despobladas y áridas provincias interiores para hacer que el mar bañe a Madrid, la capital del Reino.
En lugar de eso, los españoles probaron durante varias años seguidos a trasladar la capital a Torrevieja durante todo el verano. En estas pruebas se comprobó que el país seguía funcionando igual con la capital desplazada. Es decir, mal.
En cuanto a economía, España pertenece a algo llamado Moneda Única. No hemos podido averiguar aún en detalle en qué consiste, pero por lo que parece, la convergencia hacia la Moneda Única (aún en proceso) culminará cuando los españoles tengan una única moneda cada uno.
Pese a todo esto, NO SE ASUSTE. España es un excelente destino para extraterrestres, solamente debe seguir estos consejos.
1. Si quiere pasar desapercibido entre los españoles, lleve encima mucho dinero y no exija facturas a cambio de darlo: Con dinero negro, ellos se olvidan de que usted es verde.
2. Los terrícolas españoles se caracterizan por la pésima costumbre de torturar hasta la muerte a algunos de sus congéneres mamíferos. Huya de los lugares donde se practican esos rituales sangrientos (suelen ser circulares y de una arquitectura historicista bastante chabacana). Si la gente que se reúne ahí hace eso con seres con los que comparten el 95% del genoma, ¡Qué no harán con nosotros o con uno de ustedes, queridos lectores de todo el Universo!
3. Si quiere establecer acuerdos intergalácticos entre su Planeta y algunos españoles, tenga en cuenta que los dos españoles más preparados intelectualmente para la diplomacia intergaláctica no viven en España, sino en Londres, y trabajan de au-pairs. En general, los españoles que superan un mínimo umbral cognitivo aprenden inglés y huyen del país.
A Douglas Adams, in memoriam.
jueves, 17 de junio de 2010
Seleccione su destino
Este lo escribí para el IV Certamen de Relatos Breves de Renfe.
Seleccione su destinoSergio López, 2010
–Seleccione su destino –insiste la pantalla. Las máquinas de venta automática sólo venden billetes a quienes saben adónde van, así que pulso uno al azar e introduzco apresuradamente unas cuantas monedas. Me abro paso a empellones –el andén está atestado de personas que sí saben adónde van– y me monto en el primer tren que pasa. No sé adónde voy, pero eso no es nuevo. Hace tiempo que huyo sin importarme cual es el destino. –Disculpe, caballero –pregunto–, ¿adónde va este tren? –Al juzgado de primera instancia, me temo –responde el hombre, que se identifica como policía.
domingo, 13 de junio de 2010
El sueño
Estamos que lo tiramos: otro relato.
El sueño Sergio López, 2010
Levanté la mirada del libro y ahí estaba ella, sentada en el asiento de enfrente y leyendo el mismo libro que yo: La vida nueva, de Orhan Pamuk. Sonreí por la coincidencia e intenté no darle mayor importancia y seguir con la lectura, pero no pude. Volví a levantar la mirada y busqué la suya. Ella, al contrario que yo, mantenía su cabeza hundida en el libro y sus ojos se deslizaban disciplinadamente por los renglones. Parecían tan soñolientos y cansados como los míos, pero eran de un color distinto, de un color que casi me hacía daño.No podía pelear con esos ojos, así que decidí rendirme: agaché la cabeza y volví al libro. Pero los míos tenían tanto sueño que no eran capaces de dominar las palabras: dejaban que las letras saltaran caprichosamente de renglón en renglón delante de ellos. Decidí darles una tregua. Los cerré y dejé que el sueño, confinado hasta entonces en una pequeña parte del hipotálamo, se enseñoreara de nuevas regiones de mi cerebro. Tenía veinte minutos aún hasta llegar a mi destino.Eran las tres y media de la tarde y, como todos los días, viajaba en Metro desde el sitio donde trabajo por la mañana hasta el sitio donde trabajo por la tarde. Como todos los días, había comido un bocadillo a toda prisa mientras caminaba desde la oficina a una cercana boca de metro y me había introducido a toda prisa en las entrañas de la ciudad. Y, como todos los días, intentaba aprovechar el trayecto para leer un poco, pero, agotado, acababa cerrando los ojos y sesteando hasta la última parada.En el momento que la voz grabada del metro indicaba que la siguiente estación era Avenida de América, entreabrí ligeramente los ojos, sólo medio segundo -como un parpadeo, pero alrevés-, y ahí seguía ella. También estaba echando una cabezada. Por alguna razón, aquello me excitó. Quizá pensé que, en el territorio sin tiempo ni espacio del sueño, nuestros ojos se estaban mirando a través del negro rojizo de los párpados, y que eso sería lo más cerca que estarían nunca nuestros cerebros y nuestros cuerpos de conocerse y de tocarse.Me quedé dormido imaginándome cómo sería tener sexo con ella.***
Desperté sin tener ni idea de donde estaba. Era algún lugar fresco y oscuro. Tosí. Me dolían el cuello y la espalda, por una mala postura. Mis ojos, eso sí, estaban descansados.–Parece ser que nos hemos quedado dormidos y hemos llegado hasta las cocheras –me informó una voz femenina desde mi derecha, antes de que yo empezase a formular una hipótesis propia que explicase satisfactoriamente los extraños estímulos que me rodeaban.La luz estaba apagada y tardé un rato en acostumbrar mi visión a la penumbra. Al cabo de tres o cuatro segundos mis pupilas se abrieron lo suficiente y ahí estaba ella. De pie, frente a una de las puertas, intentando accionar el mecanismo de apertura de emergencia.–No funciona –dijo, mirándome de reojo y volviéndose hacia la puerta–. Parece que estamos encerrados –hablaba en un tono distante y firme que transmitía algo de seguridad, pero cada vez menos–. Y la alarma está desarmada. No suena –añadió, finalmente, al tiempo que pulsaba repetida y nerviosamente otra palanquita, al lado de la anterior.–Pero… ¿qué…? –no supe como continuar la pregunta.–¡Joder! ¡Vaya situación!–Sí. Eso es exactamente lo que iba a decir yo.–Tiene que haber una forma de salir. Si hubiera cobertura de teléfono podríamos llamar a emergencias –miró su teléfono móvil–. Pero no. No la hay. Vaya mierda, vaya mierda y vaya mierda. ¿Cómo es posible que no nos haya visto nadie; que nos hayan dejado aquí encerrados? –Hablaba muy deprisa. Supongo que a ella yo le daba tanto miedo como el resto de la situación y, por eso, intentaba mantener el espacio que había entre los dos obstruído por un muro de abundante y aséptica información.–¿Qué hora es? –Podía haberla mirado en el móvil, pero el caso es que me salió preguntar. Supongo que buscaba cierta bidireccionalidad en esa comunicación, cosa que ella no apreciaba demasiado en aquel momento.–Joder. Tenía que estar dando clase ahora –dijo, a modo de respuesta.–¿Das clases?–Sí... o no. ¿A ti que te importa?–Perdón. Es que yo… también. También doy clases. Soy profesor particular. Entre otras cosas.–Me estás tomando el pelo.–No. De verdad que no. A las cuatro tengo una. Y a las seis otra.–Pues muy bien –hizo una pausa bastante larga antes de continuar–. Te informo de que no llegas. Son las seis de la tarde ahora mismo.–¿Qué? –más que preguntar, exclamé.–Joder. Esto es una locura. ¿Cómo es posible que me haya pasado esto?–Las seis de la tarde –repetí. Estaba mirando el reloj del móvil: efectivamente, era esa hora– ¿Cuánto rato llevas tú despierta? ¿Por qué no me has despertado?–Joder. ¿Cómo ha podido pasar algo así?–Y encima, a los dos –añadí. Ella apretó los labios y se sumió en un silencio nervioso mientras volvía a repetir la operación de la palanca en la puerta del otro lado del vagón.–Y encima, a los dos –dijo al final, con voz ahogada.–Yo no voy a hacer nada, si eso es lo que te preocupa.–Ya.–Mira. Vamos a centrarnos en salir de aquí, ¿vale? –miré a un lado y al otro. Era uno de los convoyes modernos: una oruga de cinco o seis vagones unidos–. Yo empiezo por las puertas de la cabeza del tren y tú sigues por este lado hasta el final.–Ya he probado con todas las puertas. Llevo media hora despierta. No se abre ninguna. He terminado por aquí, por el principio, porque no quería que me oyeras y te despertases.–¿No querías despertarme…?–No. Bastante problema tenía ya con estar encerrada en un tren para encima estar encerrada en un tren con un hombre.–Lo entiendo –en serio: lo entendía.Me puse a comprobar por mi cuenta como, efectivamente, no se abría ninguna de las puertas de ninguno de los vagones. Eso me llevó unos diez minutos. Ella, mientras, se paseaba nerviosamente de un lado al otro. Al cabo de un rato hurgó en su bolso y sacó un paraguas con el que empezó a golpear uno de los ventanales de forma casi maniática.–Con eso no lo vas a romper.–No me digas –contestó, sosteniendo en su brazo derecho el amasijo de varillas y tela al que había quedado reducido su paraguas. Me miraba como si hubiese dicho una inconveniencia grandísima. Era menuda y delgada, pero estaba muy erguida, casi de puntillas, y había cierta fiereza animal en la tensión con la que aguardaba a que yo dijera –si me atrevía– algo más. Me sentía físicamente intimidado. Era aún mas guapa que la primera versión que vi de ella, esa chica que no pude evitar mirar de reojo en un vagón de metro. Su cara eran pómulos altos, ojos muy grandes y, después, lo demás. Tenía las mejillas sonrojadas y el flequillo le caía recto y negro sobre una mirada verde e intensa. Aparté la mirada de golpe. No me quería pelear con esos ojos.–Eres un hombre. Aplica tú la fuerza bruta –dijo.–Eso es machista.–Vete a la mierda–Supongo que ese paraguas era el objeto más contundente que teníamos.–Sí.Cogí impulso y me abalancé contra una de las puertas laterales. Ésta no cedió ni un milímetro, pero, pese a ello, repetí la operación otras tres veces. A la cuarta tenía todo el costado dolorido.–Quizá, si tú accionas la palanca de apertura de emergencia al tiempo que yo embisto la puerta, se abre –dije.–De acuerdo.Probamos así, pero lo único que conseguí fue lastimarme un hombro.Llegamos a la conclusión de que no se podía salir de ahí mientras el tren estuviera parado y desconectado del suministro eléctrico. Tendríamos que esperar a que volviese a ponerse en marcha. No parecía un problema tan grave: en algún momento, por fuerza, el vehículo tendría que volver a la circulación. Quizá antes viniesen unos operarios a limpiarlo o a efectuar alguna reparación.–¿Te había pasado antes alguna vez algo remotamente parecido a esto? –me preguntó.–No.Supongo que, a partir de ahí, se rompió el hielo. Nos pusimos a hablar como dos desconocidos que se cuentan cosas para conocerse y no para llenar de ruido el aire que separa al uno del otro y marcar la frontera entre el espacio de cada cual. Ella era filóloga. Y, como yo, también estaba pluriempleada. Por las mañanas trabajaba en una biblioteca y por la tarde daba clases de recuperación de literatura, lengua, historia y –¡matemáticas!– a unos chavales de tercero y cuarto de la ESO.–¿Matemáticas?–Si, siempre se me han dado bien –respondió.–¿Por que no estudiaste una carrera de ciencias, entonces?–Me gusta la filología –respondió, sin entrar en más detalle. –Y, tú ¿de qué das clases?–Inglés y lengua.–¿Y qué eres?–Humano –respondí.–Ja ja ja. Humano del género idiota. Mi preguntar qué titulación tú tener. Qué haber tú estudiado, humano idiota.–Soy periodista.–Ja ja ja.–Ya ves. Las madres preocupadas dejan a sus hijos en manos de cualquiera. ¿Sabías que Mussolini era periodista?–Sí. Y también escribió una novela.–Eso no lo sabía.Hablar con ella de libros o películas podía llegar a intimidar: lo había visto todo y lo había leído todo. Me sentía casi ridículo. Al final, algo avergonzado, saqué la agenda y empecé a transcribir sus recomendaciones sobre cine y literatura.–Pues si te gustó Al final de la escapada, tienes que ver Bande apart.–¿Cómo?–Banda aparte.Después, conversamos sobre la ciudad que se extendía sobre nuestras cabezas y que nos tenía condenados a ambos a no descansar las horas suficientes y quedarnos dormidos en el metro. "Teníamos muchos sueños. Ahora sólo tenemos sueño", dijo ella, a modo de corolario.–Jeje… ¿sabes que ese chiste no tiene sentido en inglés?–Pues claro. Ni tampoco en catalán. Por cierto: una de mis gracias favoritas consiste en decir ‘como dijo Martin Luther King: tengo un sueñoooo…’ y bostezar.Me reí. Tenía un sentido del humor increíble. Era aguda y rápida y además tenía una prodigiosa capacidad para imitar perfectamente bien cualquier acento. Hacía ya un rato que yo no consideraba mala suerte el haberme quedado encerrado, incomunicado y con 40 euros menos por las dos clases de hora y media perdidas. Estaba más a gusto allí de lo que había estado en mucho tiempo en cualquier otro sitio.–Hora de cenar –dijo. ¿Ya es la hora de cenar?, pensé yo. Había perdido la noción del tiempo–. Creo que tengo una manzana en el bolso –añadió–. Podemos compartirla.–De acuerdo.Empezamos a morder la pieza de fruta por turnos. Al cabo de un momento sólo quedaba el corazón de la manzana y nuestras caras enfrentadas. Por primera vez me atreví a plantar cara a aquellos ojos que me hacían casi daño. A partir de ahí no hizo falta nada más. Yo me acerqué un poco a su rostro, ella acercó un poco más el suyo y yo todavía algo más el mío.Nos besamos.Al cabo de un momento estábamos tumbados en el suelo del vagón. Hubo un instante en el que creo que los dos pensamos en lo realmente extraño de la situación: lo que estábamos haciendo... y todas las extrañas e improbables coincidencias... Pero fue sólo medio segundo -como un parpadeo, pero al revés-. Fue mientras ella me agarraba de las muñecas y forcejeaba conmigo para ponerse encima de mí. Al cabo de un instante, desde su posición privilegiada, ella procedía a quitarme la camisa y a desabotonarme el pantalón.En esa posición, ya no tenía mucho sentido pensar en lo extraño de la situación. En esa posición, lo único que a mí me parecía mal era mi hombro dolorido, que me molestaba bastante, así que luché para volver a estar arriba. Le saqué la blusa por la cabeza, sin desabotonarla, me peleé con el cierre del sujetador, le quité los pantalones, le quité las bragas y me sumergí en su entrepierna.Follar en el suelo de un vagón de metro no entraba en mis sueños antes de esto. Si me lo hubieran dicho, habría dicho ‘¡joder, qué locura!’ y, efectivamente, era una locura. La penetré diciendo ‘¡joder, que locura!’ y empecé a jadear y escuché sus primeros jadeos diciendo‘¡joder, que locura!’.En seguida dejé de pensar en eso y me escuché decir en mi cabeza que no, que no era una locura, que todas aquellas extrañas casualidades, todas aquellas improbables afinidades tenían un sentido. Y después dejé de pensar y de decir nada en absoluto. Nos besamos largamente mientras nuestros cuerpos seguían entrelazados y moviéndose al mismo ritmo.No sé precisar cuanto tiempo estuvimos así. Creo que fue bastante, aunque ahora lo recuerde como un instante efímero. Nos agotamos el uno al otro y, abrazados, ella reposando su cabeza sobre mi pecho, nos quedamos dormidos sobre el suelo frío del vagón.***Desperté justo cuando la voz grabada se disponía a indicar el final de trayecto en Estadio Olímpico. Estaba rodeado de otros pasajeros y sentado en el mismo asiento del vagón donde me había quedado dormido. Miré la hora: eran las cuatro menos diez de la tarde. Llegaba puntual a la primera clase, con Aitor, pero tenía que correr un poco; como siempre. Después, levanté la mirada y miré hacia el frente: ella ya no estaba ahí.Cuando el tren acabó de detenerse en la estación de término me levanté como un resorte y me dirigí hacia la puerta para ganar la calle lo antes posible. Me dolía el hombro.
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